lunes, 25 de mayo de 2009

4. GUERRA DE INDEPENDENCIA

Se ha pretendido que el periodo colonial fue una larga etapa de tranquilidad y de paz social imperturbable. Según este criterio, fue hasta 1810 que se inició el largo e ininterrumpido ciclo de luchas, pugnas y antagonismos sociales y políticos que alteraron profundamente el régimen de supuesta armonía y concordia imperante en la Nueva España. Esta tesis es absolutamente falsa. Durante los 300 años que duró la Colonia, numerosos fueron los actos de rebeldía y de protesta. Desde su nacimiento, la existencia de la sociedad novohispana presentó antagonismos y contradicciones profundas de orden social, económico y político, originados en las desigualdades de riqueza y en los privilegios políticos y jurídicos de las clases dominantes. Muchas fueron las revueltas, los motines, los tumultos, los alzamientos, las rebeliones, las conspiraciones y las conjuras en contra del orden establecido. En dichos movimientos participaban indígenas, negros, mestizos y castizos. Pero también ocurrieron rebeliones, insurrecciones y conspiraciones de españoles, criollos y euromestizos.

Todos estos numerosos y constantes movimientos, rebeliones, alzamientos y conspiraciones, crearon grandes masas de población con ideología y espíritu revolucionario, tanto entre los explotados como entre la clase media y las élites criollas. Esto no ocurrió en ninguna otra parte de Hispanoamérica. En el resto de las colonias españolas en América, la lucha por la Independencia surgió de los Ayuntamientos, los Cabildos y las ciudades, y adquirió un claro internacionalismo liberal burgués. En cambio, en la Nueva España, la lucha independentista adquirió las características de una guerra revolucionaria radical de clases: realizada por campesinos, mineros y arrieros, y dirigida por miembros de la clase media (bajo clero, bajos mandos militares y profesionistas). Esta lucha buscaba cambios profundos en la propiedad de la tierra, la abolición del sistema social de castas y de otras importantes diferencias sociales. Sin embargo, a pesar de su radicalismo, la lucha por la independencia en la Nueva España presenta una paradoja histórica: la acción política de los españoles (peninsulares y criollos) fue determinante para consumar el proceso de Independencia. La acción política de los indígenas, los negros, los castizos y los mestizos fue marginal o totalmente nula, participando únicamente como soldados o “carne de cañón”. Por esto, la Consumación fue una conciliación contrarrevolucionaria de intereses entre la élite europea que ignoró todo el radicalismo revolucionario de las clases sometidas.

En ninguno de los países hispanoamericanos emancipados ocurrió una reforma en el régimen de propiedad ni en el sistema de clases sociales, debido a la estructura semifeudal imperante que configuró y produjo un estado de permanente atraso económico y social, así como un largo y violento periodo de anarquía política, conflicto de facciones y lucha de clases. En toda Hispanoamérica, después de la Independencia, subsistieron instituciones típicamente coloniales como el latifundismo, los bienes raíces “de manos muertas”, la intolerancia religiosa, el despotismo absolutista, el predominio de una casta militar, el burocratismo y el régimen de servidumbre laboral en el campo, las minas y los obrajes.

REBELIONES EN LA ÉPOCA COLONIAL
La mayoría de los alzamientos e insurrecciones ocurridos durante la época colonial constituyeron la expresión real y auténtica de la lucha de clases desarrollada bajo las condiciones imperantes en la Nueva España. En una primera instancia prevalecieron las luchas entre las comunidades indígenas campesinas y los hacendados españoles, entre conquistados y conquistadores, que se fueron desplazando hacia el norte y hacia algunas regiones de difícil control colonial en el sur. En las regiones donde el dominio colonial se había completado y las nuevas relaciones socioeconómicas y políticas se habían estabilizado, aparecieron nuevas luchas sociales: entre las castas inferiores (indígenas, mestizos, castizos, negros) y sus explotadores (criollos y peninsulares); entre los trabajadores urbanos y los propietarios de obrajes, minas, talleres y comercios; entre la naciente clase media ilustrada y las clases dominantes; etc. Hacia los siglos XVII y XVIII, también se presentaron fuertes pugnas por el poder entre criollos y peninsulares, así como choques políticos entre Iglesia y Estado, entre burócratas virreinales y representantes de la autoridad del Rey. Se han documentado más de 100 rebeliones, revueltas y conjuras ocurridas durante los 3 siglos que duró la Colonia. En este contexto, podemos hablar de tres tipos de rebeliones:

1. REBELIONES RURALES. Se subdividen a su vez en tres subtipos:

a) Rebeliones nómadas atrasadas. Predominantemente norteñas, situadas en la zona de Aridoamérica, donde se establecieron minas, estancias ganaderas, haciendas y congregaciones. Su forma de lucha fue abiertamente violenta contra cualquier forma de dominación hispana, incluyendo la religiosa.

b) Rebeliones agrarias sedentarias. Propias de las comunidades de Mesoamérica, acostumbradas a tributar. Se debieron, en general, como una respuesta al despojo de tierras de que fueron objeto o por abusos de los hacendados o los funcionarios españoles.

c) Rebeliones de esclavos negros. Típicas de comunidades de negros que se rebelaban contra las brutales condiciones de esclavitud a que estaban sometidas por los españoles. Ocurrieron básicamente en las costas del Golfo (Veracruz y Tabasco) y del Pacífico sureste (Guerrero y Oaxaca).

Destacan: la Sublevación de los Chiapas en 1528, la Conjura de los Negros en 1537, la Insurrección India de Sinaloa en 1538, la Insurrección del Mixtón en 1541, la Rebelión de Topia en 1561, la Sublevación India de Nueva Galicia en 1600, la Rebelión Tarahumara en 1606, la Rebelión del negro Yanga en 1608, la Insurrección Yaqui en 1609, la Insurrección de los Negros en 1612, la Rebelión de los Tepehuanes en 1616, la Rebelión India del Noroeste en 1621, la Rebelión Tarahumara en 1652, la Insurrección de Tehuantepec en 1660, la Insurrección de Nuevo México en 1680, la Insurrección de Sonora en 1696, la Rebelión India de Nuevo León en 1709, la Insurrección de las Misiones en 1733, la Rebelión de Indios campesinos en el Bajío en 1734, la Insurrección Yaqui en 1740, la Rebelión de los Pimas en 1751, la Insurrección de la Apachería en 1757, la Insurrección Maya en 1761, el Alzamiento de los Seris en 1766, la Sublevación India del Bajío en 1767, la Rebelión de Izúcar en 1783 y la Rebelión del Náyar en 1801.

2. REBELIONES URBANAS. Causas económicas, como la escasez de alimentos o el alza de los precios, y casos de abusos de autoridad pública o privada, generaron no pocos motines populares en las ciudades más importantes, especialmente en la Ciudad de México, donde participaban muchedumbres enfurecidas que saqueaban y destruían propiedades, comercios y edificios públicos.

Destacan: la Revuelta Azteca en la Ciudad de México en 1531, la Revuelta de los Negros en la Ciudad de México en 1612, el Tumulto contra el Virrey Gelves en 1624, la Revuelta de los Soldados Mulatos en Veracruz en 1646, la Revuelta de los Negros en la Ciudad de México en 1665, el Tumulto Popular contra el Virrey Gálvez en 1692, el Motín Popular en la Ciudad de México en 1697, el Tumulto de los Mineros en Real del Monte en 1766, la Insurrección Minera de San Luis Potosí en 1767, los Motines Populares del Bajío contra la expulsión de los Jesuitas en 1767, la Rebelión de los Mineros en Guanajuato en 1776 y el Motín de los Mineros en Pachuca en 1776.

3. REVUELTAS ELITISTAS. Los conflictos de intereses entre los integrantes de las élites dominantes generaron varias revueltas y conjuras golpistas. Especialmente importante resultó el descontento criollo contra el dominio monopólico absolutista de los peninsulares, así como la reacción defensiva de estos últimos. Con el tiempo, estos enfrentamientos determinarían la dinámica política del país.

Destacan: la Oposición de los Encomenderos a la Cédula Real en 1523, la Oposición de los Encomenderos a las Nuevas Leyes en 1543, la Conjura de los Españoles en 1549, la Conjura de Martín Cortés en 1565, la Conspiración de Guillén de Lampart en 1659, la Conspiración de los Machetes en 1799, el Golpe de Estado contra el Virrey Iturrigaray en 1808, la Conspiración de Valladolid en 1808, la Conspiración de San Miguel el Grande en 1809 y la Conspiración de Querétaro en 1810.

FACTORES EXTERNOS EN LA INDEPENDENCIA
Durante la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del siglo XIX se dieron una serie de grandes acontecimientos históricos en Europa y en América, que influyeron como factores externos condicionantes y concomitantes de la Guerra de Independencia en la Nueva España. Tales eventos cambiaron la geopolítica global y marcaron el inicio del desarrollo de un nuevo modo de producción (el capitalismo), de nuevas formas de gobierno (el republicanismo democrático burgués) y de nuevas corrientes ideológicas e intelectuales (el liberalismo ilustrado mecanicista). Dichos sucesos, presentados en orden cronológico, fueron:

a) La influencia del movimiento intelectual, cultural e ideológico de la Ilustración y la Enciclopedia, desarrollado en Inglaterra y en Francia (de 1728 a 1796).

b) El desarrollo de la Revolución Industrial en Inglaterra y sus innovaciones científicas, técnicas y económicas (a partir de 1760).

c) La expansión imperial hegemónica de Inglaterra por encima del resto de Europa y la subsecuente lucha que se estableció entre las potencias europeas (entre 1745 y 1815). Desde mediados del siglo XVIII, Inglaterra demostró un abierto interés en el patrocinio de la emancipación de las colonias españolas en América.

d) La lucha de Independencia de los Estados Unidos de América contra el dominio colonial inglés (entre 1770 y 1787), su sistema gubernamental republicano, federalista, constitucional y presidencialista, así como su rápida expansión económica, política y territorial sobre Norteamérica (iniciada a partir de 1795 con la penetración hacia la Florida española y la Louisiana francesa).

e) El desarrollo de la Revolución Francesa y la influencia de sus principios políticos, jurídicos y sociales sobre el resto de Europa y sobre América (de 1789 a 1799).

f) El surgimiento del Imperio Francés de Napoleón Bonaparte y su expansionismo sobre Europa (de 1799 a 1815); especialmente, la invasión napoleónica sobre España (entre 1808 y 1813) determinó decisivamente los acontecimientos en Hispanoamérica.

La Independencia de los Estados Unidos (1770 a 1787) y la Revolución Francesa (1789 a 1799) significaron el triunfo de la burguesía sobre la aristocracia feudal: la nobleza y el alto clero.

INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
Hacia el siglo XVIII, las colonias inglesas ubicadas en la costa Atlántica de Norteamérica, habían alcanzado un notable desarrollo económico gracias a la organizada explotación que los colonos (una naciente burguesía liberal) hacían de sus recursos naturales y al fluido comercio externo que sostenían (incluyendo el comercio de esclavos africanos y asiáticos). Ante la creciente prosperidad de sus colonias, Inglaterra (que se encontraba en plena penetración mercantil sobre Europa) les impuso, entre 1765 y 1767, una serie de cargas fiscales, leyes proteccionistas sobre el comercio y prohibiciones a la manufactura de ciertos productos, lo cual generó la rebeldía de los colonos, quienes determinaron no cumplir estas disposiciones. Este conflicto inició el proceso de Independencia de los Estados Unidos de América, cuyas principales fases fueron:

a) Resistencia activa de los colonos (1770-1775). Inglaterra envía tropas para controlar las aduanas y cobrar los impuestos, obligando a lo colonos a cumplir las leyes. Los disturbios resultantes derivan en enfrentamientos que dejan colonos muertos y heridos (disturbios de Boston y de Massachussets). Los colonos eligen representantes y se reúne el primer Congreso Continental Americano solicitando al Rey Jorge III y al Parlamento el cese de los agravios y la revocación de las leyes autoritarias.

b) Estallido de la guerra de Independencia (1775-1778). Ante la respuesta negativa de la Corona británica a las solicitudes de los colonos, se reúne el Segundo Congreso Americano que decreta el boicot comercial contra Inglaterra y declara la autonomía de las colonias. Inglaterra desconoce estas disposiciones y envía tropas a sofocar a los rebeldes. Las tropas inglesas y las milicias de los colonos se enfrentan abiertamente. En respuesta, el Segundo Congreso declara la Independencia de los Estados Unidos, basada en las ideas de la Ilustración (republicanismo, democracia, igualdad jurídica, libertades individuales). El desarrollo de la guerra es favorable a los colonos en un principio, pero el ejército inglés pronto logra remontar esta situación y aplasta la rebelión en las colonias del norte.

c) Alianza franco-norteamericana (1778-1780). Los colonos logran obtener el apoyo de las potencias europeas rivales de Inglaterra (Holanda, Francia y España). Los aliados europeos llevan ayuda vital a los rebeldes, quienes desplazan el conflicto hacia las colonias del sur. La participación de tropas francesas es definitiva en la consolidación de la lucha independentista norteamericana. Los capitales franceses sostienen el movimiento. La participación de la flota francesa es fundamental en la ampliación de la guerra al Caribe y a las Indias.

d) Consumación de la Independencia estadounidense (1780-1783). Con el apoyo material, económico y militar francés, los colonos lanzan una contraofensiva definitiva desde el sur. Las derrotas militares se combinan con las ofensivas militares y económicas de las potencias europeas en las periferias, obligando a Inglaterra a poner fin a las hostilidades y a negociar. Inglaterra reconoce la Independencia de los Estados Unidos de América en el Tratado de Paris y los aliados europeos de los norteamericanos también obtienen beneficios.

e) Proclamación del la República de los Estados Unidos (1783-1787). Luego de un largo proceso de negociación política, las facciones republicanas federalista y centralista logran un acuerdo y se promulga la Constitución Política de los Estados Unidos de América, por la cual se crea una República Federal Presidencialista, con una división de poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, un modo de producción capitalista mixto (industrial al norte y agrícola al sur) y el establecimiento de los derechos civiles y políticos individuales.

REVOLUCIÓN FRANCESA
A finales del siglo XVIII, Francia seguía siendo un país agrícola, con una industrialización incipiente. Debido a las sucesivas y casi permanentes guerras en que se vio envuelta (incluida la ayuda a los colonos norteamericanos), Francia presentaba una economía debilitada y un creciente endeudamiento. La situación se agravaba por los excesivos gastos de manutención de una corte pomposa, rodeada de una nobleza parásita. La crisis económica elevaba constantemente los impuestos sobre el llamado Tercer Estado (que incluía desde los ricos comerciantes y banqueros burgueses hasta los campesinos), lo cual generó un enorme descontento de la mayoría de la población contra los privilegios de la aristocracia, la nobleza y el clero. Tal descontento fue capitalizado por la ascendente burguesía, bajo los ideales de igualdad de la Ilustración, para generar una rebelión masiva contra la monarquía absolutista y su sistema feudal. Las principales fases del movimiento revolucionario francés fueron:

a) Bancarrota política y económica de la Monarquía (1787-1789). Crisis económica y política de la monarquía absolutista de Luis XVI. Se convoca a los Estados Generales integrados por el alto clero, la nobleza y la burguesía.

b) Estallido de la Revolución (mayo de 1789 a abril de 1791). La burguesía integra una Asamblea Constituyente en franca desobediencia al Rey e incita una revuelta popular que toma por asalto la Bastilla. La Asamblea Constituyente proclama la Declaración de los Derechos de los Ciudadanos. Con base en este documento, se promulga la Constitución y se sujeta al clero a la autoridad civil.

c) Fin de la Monarquía y establecimiento de la República (abril de 1791 a septiembre de 1792). Luis XVI intenta huir de Francia buscando la protección y el apoyo de los monarcas europeos. La Asamblea Constituyente apresa al Rey y a su familia. Prusia y Austria invaden Francia. La Asamblea Constituyente se transforma en Convención, la cual disuelve la Monarquía y establece la República.

d) Lucha entre Girondinos y Jacobinos (octubre de 1792 a octubre de 1793). La invasión es derrotada. La alta burguesía conservadora (los Girondinos) toma el poder. Luis XVI y su esposa son ejecutados. Estalla la guerra contra la Coalición Europea (Inglaterra, Holanda, España, Rusia, Austria y Prusia). Ante los fracasos de la Convención girondina, la pequeña burguesía radical y los sectores populares (los Jacobinos) toman el poder.

e) El Régimen del Terror (noviembre de 1793 a julio de 1794). Los Jacobinos ejecutan a todos sus enemigos. Se intenta el establecimiento de un régimen realmente revolucionario y de leyes radicales. Éxitos militares en la guerra exterior y matanzas en el interior de Francia bajo la dictadura jacobina de Maximilien Robespierre. La Convención derroca y ejecuta a Robespierre y sus seguidores (reacción de Thermidor).

f) Republicanismo moderado (agosto de 1794 a octubre de 1795). Los Girondinos retoman el poder. Disuelven la Convención y crean el Directorio. Se promulga una nueva Constitución, luego de aplastar rebeliones realistas y jacobinas. Comienza a distinguirse la figura del general Napoleón Bonaparte como héroe de guerra contra la Coalición Europea.

g) El Directorio (octubre de 1795 a noviembre de 1799). A pesar de los éxitos militares, debidos a la habilidad de Bonaparte, el gobierno del Directorio entra en una grave crisis política. Bonaparte aprovecha el momento y toma el poder mediante un golpe de Estado (el 18 de Brumario).

IMPERIO FRANCÉS DE NAPOLEÓN BONAPARTE
El Golpe de Estado de Bonaparte contra el Directorio marca el fin del proceso revolucionario en Francia y el inicio del dominio burgués, el fin definitivo del feudalismo y el inicio del capitalismo. La primera manifestación de este dominio capitalista burgués fue la dictadura ejercida por Bonaparte durante 15 años, primero a través del Consulado y luego directamente como Emperador.

a) Dictadura Bonapartista (de 1800 a 1804). Se crea una nueva Constitución. Se disuelve el Directorio y se crea el Consulado, jefaturado de manera dictatorial vitalicia por Bonaparte. Bonaparte se impone militarmente a la Coalición Europea y obliga a las monarquías europeas y a la Iglesia a aceptar un acuerdo de paz. Este tratado de paz provoca un reordenamiento geopolítico en Europa y recrudece las tensiones entre Inglaterra y Francia al disputarse la hegemonía tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico. Bonaparte se proclama Emperador de Francia.

b) Imperio Napoleónico (de 1805 a 1815). Ante la amenaza que representa Napoleón I, se reactiva la Coalición Europea contra Francia, en la que Inglaterra pretende obtener la hegemonía mundial destruyendo al Imperio Español y ampliando su propio Imperio en India y Norteamérica. Bonaparte expande el Imperio Francés por toda Europa y consolida su poder sobre el continente, pero fracasa en su intento de controlar las rutas comerciales marítimas, dominadas por Inglaterra. Bonaparte decreta el bloqueo económico continental contra el comercio inglés. Para hacer efectivo tal bloqueo, era necesario que Bonaparte controlara la Península Ibérica. Después de invadir España y Portugal, obliga a la monarquía a abdicar y ceder el gobierno español a Francia. Estalla la insurrección popular española contra la ocupación francesa, financiada y armada por los ingleses. La ocupación de España genera una aguda crisis económica en toda Europa que culmina con el proceso de disolución del Imperio Español (entre 1803 y 1825) y la retirada francesa de España y Portugal. Tras el fracaso en España, el poder de Bonaparte declina rápidamente, es derrotado en Rusia y Francia es invadida y derrotada. Poco después, Bonaparte intenta restaurar el Imperio Francés, pero sus fuerzas son aniquiladas por una nueva Coalición Europea.

IMPACTO EN LA NUEVA ESPAÑA DE LA INVASIÓN NAPOLEÓNICA A ESPAÑA
El enemigo a vencer por Francia era Inglaterra, primera potencia naval e industrial del mundo, aspirante a transformarse en el hegemón europeo y global. Dada la imposibilidad de vencerla militarmente, Bonaparte intentó ahogarla económicamente mediante un bloqueo económico y comercial europeo contra Inglaterra. Como una medida para lograr su objetivo, Bonaparte presionó a España a entrar en guerra con Inglaterra en 1804. Tal conflicto generó una fuerte crisis económica en España que la obligó a buscar recursos financieros en sus colonias hispanoamericanas, decretándose así la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales que afectaba los bienes y las riquezas de la Iglesia, única institución crediticia y financiera de la Nueva España, Esta medida golpeó severamente la economía novohispana al afectar los intereses de hacendados, mineros, comerciantes e industriales peninsulares y criollos. Tal medida entró en vigor en 1805, siendo Virrey José de Iturrigaray. Pronto se organizaron las protestas contra la aplicación de esta medida, con la consiguiente pérdida de prestigio político del Virrey.

En tanto, Portugal se rehusó a cancelar su comercio con los ingleses y se enfrentó políticamente al Imperio Francés. Con el pretexto de someter a Portugal y obligarlo a aplicar el bloqueo comercial contra el comercio inglés, Bonaparte envió un ejército a través de España. Sin embargo, tras el paso del ejército francés, quedaron guarniciones francesas a lo largo del territorio español. Con esta fuerza posicionada, en marzo de 1808 Bonaparte secuestró a Carlos IV y a su hijo, Fernando VII, y los obligó a renunciar al trono español y cederlo al propio Bonaparte, quien nombró a su hermano, José Bonaparte, como nuevo Rey de España. En respuesta, en mayo de 1808, con el apoyo económico, material y político de Inglaterra, estalló la insurrección popular, de tendencia liberal, parlamentaria y monárquica constitucional, contra la ocupación y el dominio francés. Estas noticias sacudieron el ambiente político novohispano y estuvieron a punto de provocar una revolución política. Los grupos criollo y peninsular se definieron de acuerdo a sus intereses, deslindándose dos posiciones:

1.La Real Audiencia, el Consulado comercial, el alto clero y la burocracia colonial, de filiación peninsular, pretendían reconocer al nuevo gobierno español y que todo continuara sin cambios.

2.El Cabildo del Ayuntamiento de México, el bajo clero y los pocos gremios de profesionistas, de filiación criolla, consideraban que el nuevo gobierno español no era legítimo y que la ausencia del Rey obligaba a tomar medidas radicalmente distintas.

Ante esta polarización sociopolítica, Iturrigaray intentó mantener la neutralidad y esta actitud molestó a los peninsulares, por lo cual no tuvo más remedio que apoyarse en los criollos. Mientras tanto, en España proseguía la guerra popular contra los franceses y se creaban Juntas Regionales de gobierno y autodefensa. En este contexto, en julio de 1808, los criollos, dirigidos por Francisco Primo de Verdad, Juan Francisco Azcárate, Melchor de Talamantes y Jacobo Villaurrutia, pidieron a Iturrigaray la creación de una Junta similar a las españolas, argumentando que la ausencia del Rey revertía la soberanía en el reino de la Nueva España, por lo cual la autoridad suprema recaía en el Virrey, en nombre del legítimo heredero español (Fernando VII) y, junto a él, en una Suprema Junta o Congreso Representativo novohispano integrado por miembros del Ayuntamiento, la Real Audiencia, el alto clero y jefes militares, además de diputados regionales electos entre los ciudadanos principales; tal Junta o Congreso estaría facultado para nombrar al Virrey, asignar cargos civiles y eclesiásticos, administrar las finanzas, fomentar e implantar reformas económicas y comerciales, abolir la Inquisición y los fueros religiosos, y elegir a los embajadores. Los criollos planteaban así la autonomía de facto de la Nueva España, aunque era una autonomía pacífica, legal y conservadora, sin cambios sociales, económicos y políticos.

La élite novohispana (peninsulares y criollos) se fragmentó en tres facciones: los que proponían reconocer a la Junta de Sevilla como suprema autoridad, los que proponían esperar el desenlace de los acontecimientos europeos y los que proponían la aplicación de las peticiones autonomistas criollas. Pocos días después, la Junta de Sevilla reclamó para sí la autoridad sobre las colonias americanas, pero dicho reclamo fue rechazado. A pesar de la oposición de los peninsulares y guiado en realidad por ambiciones personales, Iturrigaray proclamó el 1 de septiembre de 1808 que el Virreinato de la Nueva España no estaba sujeto a autoridad alguna, con lo cual los criollos tomaban de hecho el poder novohispano. Los peninsulares, derrotados legalmente, reaccionaron de inmediato, ejecutando un Golpe de Estado el 15 de septiembre de 1808, deponiendo al Virrey y al Ayuntamiento, encarcelando a los líderes criollos e imponiendo como nuevo Virrey a Pedro Maria Garibay, quien implementó una serie de reformas menores para aplacar el descontento de los criollos y prolongar la dominación colonial española. Los peninsulares se percataban muy bien de que en la Nueva España regían a una sociedad de castas y que un levantamiento popular se tornaría incontrolable para las autoridades, por lo que sería desastroso. Sin embargo, el descontento criollo no aminoró, a partir de ese momento iniciaron una serie de conspiraciones criollas en la región del Bajío en contra del “mal gobierno” golpista peninsular, surgiendo así las Conspiraciones de Valladolid, Guanajuato, San Miguel el Grande, Guadalajara y Querétaro.

La situación en Europa pareció mejorar hacia 1809. Aunque los franceses seguían ocupando gran parte de España, las Juntas Regionales de gobierno y autodefensa lograron consolidarse en una Suprema Junta Española que reconoció la igualdad de los virreinatos hispanoamericanos y nombró una Regencia de Diputados que ejercería las funciones de gobierno nacional, con soporte inglés. La Regencia convocó a un Parlamento Nacional (las Cortes) para septiembre de 1810, esta convocatoria incluía por primera vez a representantes de las colonias americanas. Los criollos autonomistas respondieron entusiastamente a las elecciones convocadas en julio y agosto de 1810, eligiendo a 20 Diputados (15 de ellos asistieron al Parlamento Nacional realizado en Cádiz de septiembre de 1810 a septiembre de 1813). En tales circunstancias, la Regencia nombró como nuevo Virrey a Francisco Javier Venegas, quien llegó a la Ciudad de México el 12 de septiembre de 1810.

PROCESO DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO
Hacia 1810 existían en la Nueva España cuatro bloques de clases sociales que representaban distintos intereses:

a) Grupo ultraconservador peninsular. Integrado por la alta burocracia virreinal, los comerciantes potentados (agrupados en el Consulado Comercial de México), el alto clero (agrupado en el Arzobispado Mexicano) y los altos mandos militares, todos hispanos de nacimiento. En este bloque se encontraba el sector social propietario y con fuerza política e ideológica. Eran quienes se beneficiaban de toda la maquinaria colonial, adquiriendo canonjías, privilegios y prebendas. Enemigos jurados de la autonomía y de la independencia, pues sus intereses estaban ligados a la sujeción de la Nueva España a la metrópoli.

b) Grupo conservador criollo. Formado por la aristocracia criolla terrateniente (hacendados) y la burguesía minera, industrial (dueños de talleres y obrajes) y comercial. Deseaban desplazar a los peninsulares del poder, pero también conservar sus intereses económicos. Se comportaban de manera oportunista, su actuación varió frecuentemente de posiciones realistas (a favor del dominio colonial español) a posiciones autonomistas (gozar de cierta libertad política y económica, pero sin romper definitivamente con España) y viceversa, de acuerdo a las circunstancias.

c) Grupo liberal criollo. Representado por la clase media ilustrada criolla: profesionistas, mediano y bajo clero, mediana y baja oficialidad militar, pequeños comerciantes, maestros artesanos y pequeños propietarios rurales. De este sector provinieron la mayoría de los voceros, ideólogos y caudillos de la Guerra de Independencia. Su posición siempre fue vacilante e inconsecuente, fluctuando entre el grupo conservador y el grupo revolucionario, de acuerdo a sus aspiraciones y afinidades personales.

d) Grupo revolucionario popular. Integrado por reducidos círculos ilustrados radicales de criollos empobrecidos, mestizos, castizos y mulatos que desde el siglo XVIII habían logrado penetrar en las vedadas instituciones educativas, gracias a las reformas que los Borbones habían instituido. Los criollos y mestizos de este grupo estaban ligados a la pequeña y mediana burguesía novohispana. Este grupo asumió la dirección de una amplia alianza entre grupos populares heterogéneos: campesinos indígenas, peones de hacienda, artesanos pobres, mineros, arrieros y esclavos fugitivos. Su posición fue siempre independentista, igualitaria y antiaristocrática.

Durante la Guerra de Independencia surgirían alianzas y divergencias entre algunos de estos bloques sociales. Sin embargo, hay alianzas que destacan: los ultraconservadores hispanos se aliaron naturalmente con los conservadores criollos y con un sector de los criollos liberales; el otro sector criollo liberal se alió temporalmente con los radicales populares, pero finalmente tal alianza no duró. Las contradicciones manifestadas durante la Guerra de Independencia fueron múltiples y complejas: los mexicanos contra los hispanos; los criollos contra los peninsulares; el alto clero contra el mediano y el bajo clero; los blancos contra los no blancos; los propietarios contra los desposeídos; los altos mandos militares contra los medios y bajos mandos militares; los campesinos contra los citadinos.

Hacia mediados de 1810, mientras un sector criollo trataba de iniciar un proceso de autonomía legal a través del Parlamento Nacional español, otro sector criollo, aliado al grupo radical popular y ubicado esencialmente en el Bajío, conspiraba abiertamente para derrocar al gobierno virreinal español. Esta actividad conspirativa desembocó en una abierta Guerra de Independencia (de 1810 a 1821) que generó una sinergia particular con los intentos legales de lograr la autonomía. Este conflicto puede dividirse en 4 etapas:

1. Inicio: insurrección popular (septiembre de 1810 a julio de 1811). El 16 de septiembre de 1810, el grupo criollo liberal del Bajío (Guanajuato, Jalisco y zonas vecinas), encabezado por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo, iniciaron una revuelta que se transformó en un levantamiento popular agrario masivo (no debe olvidarse que entre 1808 y 1810, una intensa sequía asoló el Bajío y ocasionó una hambruna generalizada), pasando de 700 hombres a cerca de 30,000 en una semana. Se trataba de un movimiento desordenado y violento, realizado por un “ejército” popular (esclavos, campesinos, peones, arrendatarios, mineros, arrieros, artesanos, capataces, mayordomos), improvisado, mal armado e indisciplinado (solo los 2,000 hombres comandados por Allende tenían entrenamiento militar). El objetivo declarado era derrotar al ejército colonial, derrocar al régimen virreinal y establecer un gobierno criollo autónomo ligado a España, aceptando la autoridad de Felipe VII. Debido a que el Bajío era el centro de las rutas comerciales del virreinato, la noticia del levantamiento se difundió por todo el territorio.

La insurrección tuvo, en un principio, una acogida favorable entre los criollos; algunos hacendados, empresarios, comerciantes y otros grandes propietarios criollos aportaron armas, alimentos y provisiones a la causa rebelde. Pero era imposible que sobreviniera una verdadera alianza entre los insurgentes y los magnates criollos. Las huestes insurrectas amenazaron toda propiedad y tanto criollos como peninsulares sufrieron masacres y saqueos. La toma, destrucción y saqueo de Guanajuato, acompañada de una masacre generalizada de blancos, fueran criollos o peninsulares, demostró que la dirigencia del movimiento no podía o no deseaba controlar a sus seguidores. A partir de entonces, los criollos unieron sus esfuerzos a las autoridades virreinales contra la insurrección de Hidalgo. La élite dividida desde 1808 por contiendas políticas descubrió de pronto su fundamental unidad de clase cuando se vio frente a la insurrección de las masas del Bajío. Ante esta amenaza, las disensiones políticas pasaron a un segundo plano y la defensa de intereses, riquezas y poder se volvió la preocupación inmediata. Esta situación no dio oportunidad para una insurrección sostenida; de hecho, la insurrección restableció la unidad elitista de clase.

Triunfantes, 80,000 insurgentes enfilaron rumbo a la Ciudad de México y destrozaron a la guarnición colonial de 2,500 hombres cerca de Toluca, quedando libre el paso hacia la capital. Pero Hidalgo desistió de tomar la ciudad capital por dos razones: por un lado, las comunidades indígenas campesinas del centro del país, favorecidas en muchos sentidos por las leyes y disposiciones coloniales, permanecieron fieles a las autoridades virreinales y, por otro, el grueso del ejército colonial avanzaba hacia la Ciudad de México desde el Bajío. Las divisiones internas entre el liderazgo civil (Hidalgo) y el liderazgo militar (Allende) insurgente, la falta de un programa y la carencia de disciplina militar, determinaron una serie consecutiva de derrotas que fragmentó a las fuerzas insurgentes. Las deserciones masivas mermaron considerablemente al “ejército” popular. La extinción del levantamiento era cuestión de tiempo. A pesar de ello, para noviembre de 1810, el movimiento insurreccional popular se había propagado por distintas regiones del país, aunque con una debilidad notable: grupos aislados de insurgentes operaban en Tamaulipas, Tejas, Coahuila, Nuevo León, Nuevo México, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Nayarit, Sinaloa, Jalisco, Oaxaca y Guerrero.

A principios de noviembre, tras el fracaso en el centro del país, los insurgentes se retiraron hacia el Bajío. La derrota y la desmoralización redujeron drásticamente las fuerzas de los rebeldes. Entre noviembre y diciembre de 1810, en Guadalajara, en un último intento de salvar al movimiento, los líderes intentaron darle un programa, dictándose decretos aboliendo el sistema de castas y la esclavitud; eliminando los tributos, las exacciones y los estancos; y la repartición gratuita de todas las tierras incultas de los grandes propietarios entre los indios y las castas. Sin embargo no se trataba de un planteamiento revolucionario de carácter socioeconómico. La jefatura rebelde centró sus propuestas de reforma social limitada en problemas directamente ligados al régimen colonial, eludiendo cuestiones de fondo como salarios, rentas, seguridad laboral, abasto de víveres, vivienda y otros temas que afectaban la vida de miles de sus seguidores. No iban a proponer cambios que pudieran poner en peligro la estructura socioeconómica establecida. Sus propios valores y objetivos de élite marginal se los impedía.

Aunque los insurgentes lograron reclutar a numerosos adeptos, nuevas derrotas militares terminaron por desintegrar la dirigencia rebelde, que ya no pudo recuperar la iniciativa. Los jefes de la insurrección estaban atrapados en un callejón sin salida. Habían confiado en un gran apoyo de la élite criolla novohispana. Pero cuándo este apoyo no se presentó, fueron incapaces de darse la vuelta e identificarse con los intereses de las masas de pobres que se habían levantado en su apoyo. La oposición de élites unificadas y la pasividad de las masas agrarias y urbanas a través de casi toda la Nueva España hicieron que los insurgentes, en su aislamiento regional, tuvieran que enfrentarse solos al régimen y su ejército. Semejante insurrección no podía prevalecer. En enero de 1811, en Aguascalientes, se decidió nombrar Jefe de la Insurgencia a Ignacio López Rayón, mientras el resto de la dirigencia intentaba obtener apoyo en Estados Unidos para reactivar la lucha. Pero Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y Abasolo fueron apresados en Coahuila y ejecutados en Chihuahua apenas cuatro meses después de iniciada la insurrección. El desplome del levantamiento masivo en el Bajío no acabó con la insurrección en la Nueva España. Los rebeldes agrarios continuarían combatiendo en numerosas regiones durante varios años; abandonaron la idea de una rápida victoria masiva y recurrieron a tácticas de guerrilla en constante asedio durante largo tiempo.

2. Organización: pugna político-militar (abril de 1811 a diciembre de 1815). Mientras se desarrollaba la revuelta popular de Hidalgo y Allende; en España, los liberales iniciaron las sesiones del Parlamento Nacional (las Cortes) en Cádiz en septiembre de 1810 (se extenderían hasta septiembre de 1813), con la participación de diputados provenientes de todos los rincones del Imperio Español, tratando de reformarlo, planteando la reorganización del Estado español bajo una Monarquía Constitucional Parlamentaria de corte liberal burgués. Se abolieron instituciones arcaicas, se estableció un control más firme sobre la Iglesia y se reconoció la diversidad de la comunidad hispana creando dos nuevas instituciones de gobierno local: las Diputaciones Provinciales (aboliendo a los Virreinatos) y los Cabildos Constitucionales (desplazando a las élites hereditarias por funcionarios elegidos popularmente). Con estas medidas, todas las provincias españolas, incluyendo a las colonias hispanoamericanas, podían gozar de cierta autonomía política y económica sin cancelar sus fuertes lazos con el gobierno central español. Todo esto quedó plasmado en la Constitución de Cádiz de 1812.

En la Nueva España, el bloque peninsular veía con alarma el desarrollo del Parlamento Español pues sus privilegios peligraban. Tanto los criollos como los peninsulares iniciaron planes para mantener sus prerrogativas o para conquistar las que nunca habían tenido, e impedir la penetración del liberalismo burgués en la Nueva España. La revuelta popular de Hidalgo y Allende terminó por socavar lo que quedaba de la autoridad de la Corona para gobernar. Las élites locales descubrieron que no podrían confiar más en el régimen virreinal y que tendrían que defender sus propios intereses, para lo cual requerían gobernarse a sí mismas. En medio de estos acontecimientos, el movimiento insurgente se fragmentó en dos corrientes:

- Los criollos, encabezados por Ignacio López Rayón, José María Liceaga y Albino García, propusieron en abril de 1811 pactar una reconciliación con las nuevas autoridades coloniales para tratar de lograr la autonomía, reconociendo la autoridad de Fernando VII, pero tal propuesta fue rechazada. Se refugiaron en el Bajío y establecieron la Suprema Junta Nacional Americana en Zitácuaro.

- Las castas inferiores, mayoritariamente mestizos y mulatos, comandadas por José María Morelos, Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana, mientras luchaban en el sur, propusieron la obtención de la independencia absoluta y la conformación de un gobierno nacional de tipo republicano, con división de poderes e integrado por representantes electos popularmente.

De esta manera, frente a López Rayón, criollo ilustrado pero indeciso y temeroso de una revolución popular, surgió Morelos, un mulato que no era hombre de letras ni tenía la cultura de Hidalgo, pero que contaba con talento militar, amplia visión sociopolítica, así como capacidad de mando y de organización. López Rayón y Morelos se enfrentaron desde el desarrollo de la Suprema Junta Nacional, ya que Rayón representaba la concepción criolla moderada y Morelos tenía un enfoque popular radical. Pronto aparecieron pugnas por la jefatura del movimiento insurgente entre ambos caudillos. López Rayón mantuvo la dirigencia del movimiento hasta enero de 1812, cuando el ejército colonial tomó Zitácuaro y disolvió la Suprema Junta Nacional. Aunque Rayón logró escapar, fue perdiendo gradualmente su condición de líder mientras el liderazgo de Morelos se acrecentaba.

Morelos comprendió la base agraria de su rebelión y aprovechó el descontento de la élite marginal de las tierras bajas del litoral sur del Pacífico, de los campesinos subordinados a las haciendas y de los comuneros empobrecidos. En consecuencia, cambió la estrategia de lucha: en lugar de contingentes masivos, mal armados y desorganizados, optó por un ejército más reducido, bien armado y disciplinado, con jefes valerosos y conocedores de su territorio, empleando la guerrilla como método de lucha auxiliar. Además, se promulgaron decretos sociales a favor de la población explotada (igualdad jurídica, extinción de tributos, restitución de tierras y aguas, confiscación de latifundios de peninsulares y criollos españolizados) y se procuró el apoyo de los criollos liberales de clase alta y media prometiéndoles organizar un gobierno independiente dirigido por ellos, así como respetar sus propiedades. De esta manera, criollos prominentes (hacendados, empresarios, comerciantes y funcionarios) mantenían lazos con los rebeldes, proporcionando suministros, financiamiento e información. Sin embargo, Morelos tampoco encaró los problemas fundamentales de las masas subordinadas a los hacendados, debido al apoyo que dichos hacendados daban a su movimiento; estos vínculos políticos con la élite provincial impedían que profundizara sus limitadísimas propuestas de reforma socioeconómica.

Desde finales de 1811 y hasta principios de 1813, luego de consolidar su base social en la zona de tierra caliente del litoral del Pacífico, la insurgencia se concentró en cortar las líneas de comunicación con la capital y logró dominar todo el territorio del sur, importante por las ricas haciendas cañeras, las fértiles tierras agrícolas, las minas de plata y, sobre todo, la ruta comercial hacia el Pacífico, así como el estratégico puerto de Acapulco. Incluso se llegó a interrumpir temporalmente la comunicación hacia Veracruz, concentrando las fuerzas rebeldes sobre el altiplano central y la capital. Pero, una vez más, los insurgentes se toparon con la indiferencia, cuando no la hostilidad, de las comunidades indígenas y campesinas del centro del país que permanecieron fieles a la autoridad colonial. Fueron rápidamente desalojados de esta región por el ejército colonial durante la segunda mitad de 1812 y los insurgentes debieron retirarse hacia Oaxaca. En tanto, los criollos autonomistas trataban de organizarse clandestinamente para defender sus intereses. En 1811 se descubrieron dos conspiraciones de este tipo, mientras sectores novohispanos políticamente activos aprovechaban la revuelta para arrancar concesiones al régimen colonial.

En medio de este auge de la insurgencia, tanto criolla como popular, en octubre de 1812 el Virrey se vio obligado a implantar las reformas liberales emanadas de la Constitución liberal española. Hacia la primavera de 1813, el nuevo Virrey, Félix María Calleja, usó la nueva legislación española, como arma política contrarrevolucionaria, presentando públicamente a los insurgentes como extremistas e intransigentes. Para contrarrestar este intento, a mediados de 1813, Morelos convocó a un Congreso Nacional para unificar las tendencias del movimiento insurgente y para redactar la primera Constitución nacional. Morelos se declaró en contra de la Constitución de Cádiz, puesto que no reconocía la independencia de las colonias hispanoamericanas, esto hizo que los criollos y la élite provinciana le retiraran su apoyo inicial, aislando otra vez al movimiento insurgente y condenándolo a la derrota. El Congreso Nacional se reunió en Chilpancingo de septiembre de 1813 a noviembre de 1814. Sin embargo, antes de que el Congreso cumpliera su cometido, una serie de hechos alteraron radicalmente la situación.

En España, Fernando VII regresó y asumió el trono en abril de 1814, declarando nula la Constitución de Cádiz, el restablecimiento del absolutismo ilustrado e iniciándose la persecución contra los liberales españoles. El Virrey Calleja actúo entonces para restablecer la autoridad virreinal sobre la Nueva España, restauró las viejas instituciones y encarceló a los principales líderes criollos autonomistas, en tanto reforzaba al ejército colonial, una vez terminada la guerra de liberación española contra la ocupación francesa, centralizando la acción militar contra la revuelta. Con esta fuerza renovada, el régimen virreinal aplastó a los insurgentes: primero eliminó a los núcleos criollos de López Rayón en el Bajío y luego diezmó a las tropas populares en el sur; una serie de derrotas hundieron el prestigio militar de Morelos. Vastas zonas de la Nueva España se transformaron en guarniciones regidas por leyes militares y administradas por oficiales europeos. Aún así, los rebeldes agrarios se mantuvieron en resistencia armada en la Sierra Gorda, el noroeste del Bajío, el valle del Mezquital y los llanos de Apan.

El Congreso Nacional insurgente, dominado por la tendencia criolla liberal moderada y tratando desesperadamente de ganar apoyo elitista para la insurgencia, presentó su Constitución de Apatzingán en octubre de 1814. Proponía una República Central regida por tres corporaciones (un Congreso legislativo, administrativo y político; un Supremo Poder Ejecutivo integrado por un triunvirato y un Supremo Tribunal de Justicia), quedando el Ejecutivo y el Judicial sometidos al Legislativo. La Constitución se basó en el modelo francés, oponiéndose a las propuestas más liberales y radicales de Morelos (presentadas en “Los Sentimientos de la Nación”). Los congresistas, criollos en su mayoría, actuaron como representantes de los terratenientes y del clero, buscando su apoyo, aunque tal intento fracasó, pues la Constitución de Apatzingán jamás se aplicó, semejantes propuestas no fueron del agrado ni del interés de las élites criollas marginales. A pesar de ello, Morelos trató de proteger al Congreso, visualizado como el órgano de gobierno insurgente legítimo, ante el embate militar colonialista. Aislado por los criollos, continuamente saboteado por el Congreso, incapaz de proponer reformas radicales que atrajeran a las masas agrarias descontentas y perseguido tenazmente por el ejército colonial, Morelos fue capturado en Puebla y ejecutado en el Estado de México a finales de 1815. A pesar de ello, la rebelión no fue sofocada, fragmentándose en una extensa y duradera guerra de guerrillas.

3. Resistencia: decadencia insurgente (enero de 1816 a diciembre de 1819). Tras la muerte de Morelos sobrevino la decadencia del movimiento insurgente, no tanto porque la lucha hubiera disminuido en volumen e intensidad, sino por haberse fragmentado en muchos grupos inconexos. No había una fuerza aglutinadora ni una dirigencia con el prestigio y el carisma necesarios, a nivel nacional, para imponerse y conducir el movimiento, tanto en lo militar como en lo doctrinario. Las tropas coloniales lograron recuperar gran parte de la Nueva España. El movimiento insurgente pasó a una lucha defensiva de resistencia, predominantemente guerrillera. Los pocos líderes regionales que seguían en pie se refugiaron en las serranías y en las montañas, operando en regiones donde hallaban simpatía y apoyo entre la población agraria, aprovechando sitios naturales inexpugnables para establecer campamentos fortificados (llamados fuertes), desde los cuales lanzaban ataques sorpresivos; se trataba de acciones sin coordinación, totalmente locales y aisladas. Sin verdaderas batallas, el ejército colonial se enfrascó en escaramuzas, dividiéndose en pequeñas unidades que se dispersaron en las diversas zonas, cometiendo tropelías contra la población.

La anarquía imperante provocó que funcionarios, empresarios y clérigos abandonaran las poblaciones provinciales y se concentraran en las grandes ciudades. Muchos opulentos peninsulares y criollos abandonaron el país llevándose sus riquezas consigo, algunas de las zonas más ricas del país quedaron devastadas por los combates. El gobierno perdió su carácter civil y se transformó en un régimen militarizado, el régimen jurídico había dejado de funcionar en las provincias, el orden político novohispano se derruía al tratar de aniquilar a la insurgencia. El gobierno virreinal perdía rápidamente el apoyo de sus gobernados al perder el consenso político. En tales circunstancias, en septiembre de 1816, asumió el nuevo Virrey, Juan Ruiz de Apodaca, cambiando la estrategia contrainsurgente: se presentó con un programa de conciliación humanitaria, prometiendo el indulto a todos los rebeldes que depusieran las armas. Al mismo tiempo, las tropas coloniales lograron importantes éxitos militares en distintas partes del país.

A mediados 1816 operaban varios núcleos rebeldes dispersos por el territorio nacional, los más importantes eran: Servando Teresa de Mier en Tamaulipas y Tejas, Manuel Félix Fernández (a. Guadalupe Victoria) y Nicolás Bravo en Veracruz, Pedro Moreno y Antonio Torres en Guanajuato, Antonio López de Lara y Ramón Rayón en Michoacán, Vicente Guerrero y Juan Álvarez en Guerrero y Oaxaca, Pedro Ascencio en Morelos y Estado de México, Julián Villagrán en Hidalgo y Francisco Osorno en Puebla. Estas guerrillas no tenían disciplina, solían practicar el pillaje sobre la población y sus líderes se disputaban frecuentemente el mando. Para principios de 1817, varios líderes insurgentes se habían acogido a la amnistía ofrecida por el gobierno virreinal, otros fueron derrotados y encarcelados, y otros más cayeron combatiendo. Bajo estas condiciones desfavorables, se desarrollaron las campañas militares de Vicente Guerrero en el sur (logró recuperar el control de la zona de Tierra Caliente y establecer una Junta de Gobierno) y del liberal vasco Francisco Javier Mina en el noreste y el Bajío (financiado por Inglaterra, llegó a la Nueva España en abril de 1817; tras desarrollar una brillante pero breve campaña, fue derrotado y ejecutado en Guanajuato en septiembre del mismo año). La nueva estrategia virreinal casi había logrado pacificar al país, el régimen colonial parecía fortalecido por el restablecimiento del poder absoluto en España y por la decadencia del movimiento insurgente.

Sin embargo, la guerra civil había destrozado la economía del país. Los guerrilleros agrarios no podían derrotar al ejército colonial ni ocupar plazas importantes, pero sí lograron dañar la estructura económica colonial, golpeando la base del orden establecido. Los saqueos de haciendas, ganado, bodegas y graneros, los continuos asaltos en los caminos y las emboscadas a unidades pequeñas del ejército, costaron considerables ganancias a las élites novohispanas. Al debilitar la economía hacendaria latifundista y comercial, las acciones de las guerrillas agrarias debilitaron la estructura socioeconómica colonial. Los combates más devastadores ocurrieron en el centro de la Nueva España, que era la zona agrícola y minera más rica, y el sitio donde se unían todas las rutas comerciales hacia los cuatro puntos cardinales, provocando serios daños a la agricultura, el comercio, la industria y la minería. Las comunicaciones internas solo funcionaban mediante el soborno, tanto al ejército colonial como a los insurgentes. Para 1816 habían muerto alrededor de 600,000 personas (la mitad de la población económicamente activa) y se habían perdido cerca de 890 millones de pesos en todas las ramas económicas, la economía entera estaba abandonada y paralizada, el golpe más severo había sido la descapitalización, pues considerables cantidades de dinero salieron del país con la huída de los peninsulares y criollos de las clases altas. A pesar de su aparente éxito, el gobierno virreinal no tenía ya fondos para sostener a las tropas coloniales, que estaban en condiciones deplorables y al borde de la anarquía; para colmo, sus jefes y oficiales eran predominantemente criollos y comenzaron a identificarse con las ideas independentistas de los criollos sudamericanos (Bolívar, San Martín, Santander, etc.).

A finales de 1819, luego de una década de guerra civil, se presentaba un cuadro paradójico: los insurgentes habían sido prácticamente derrotados (solo quedaban ya reducidos y débiles núcleos guerrilleros insurgentes en el sur, al mando de Guerrero, Álvarez y Fernández), sin embargo, el desastre económico y la influencia de ideas emancipadoras criollas entre las clases privilegiadas y las élites provinciales (alto clero, jefes y oficiales militares, funcionarios de la administración pública, hacendados terratenientes, empresarios e industriales, grandes comerciantes) estaban generando las condiciones necesarias para la independencia.

4. Consumación: contrarrevolución elitista (enero de 1820 a septiembre de 1821). En tanto, España había sufrido los efectos transformadores del industrialismo europeo, que demandaba cambios en la estructura social, en la organización económica y en las relaciones internacionales. Esto había estimulado al naciente liberalismo burgués español. Bajo la influencia del desarrollo social y económico inglés y francés, dirigido a la consolidación de regímenes capitalistas y del poder de las burguesías industriales, en enero de 1820 se produjo un levantamiento liberal en España proclamando la vigencia de la Constitución de Cádiz de 1812 y el establecimiento de un régimen monárquico constitucional. La revuelta logró tal apoyo interno y externo, que Fernando VII se vio obligado a restaurar la Constitución de Cádiz y someterse a ella en marzo de 1820. Reunido otra vez el Parlamento Nacional, se crearon una serie de reformas liberales burguesas anticlericales que confiscaban y desamortizaban los bienes eclesiásticos, otorgaban libertad de imprenta, abolían los fueros y privilegios eclesiásticos, suprimían las órdenes religiosas, disminuían el diezmo a la mitad, etc. Además, abolieron los fueros militares, restituyeron los Cabildos Constitucionales y las Diputaciones Provinciales, concedieron la ciudadanía universal e implantaron reformas sociales.

En mayo de 1820, el Virrey novohispano se vio obligado a jurar la Constitución de Cádiz, a disolver el Tribunal de la Inquisición, a poner en vigor la libertad de imprenta, a abolir los fueros militares y eclesiales, a suprimir las órdenes religiosas y a aplicar otras reformas dictadas en España, convocando, además, a elecciones populares para formar Ayuntamientos Constitucionales dirigidos por Diputados Provinciales. Los decretos de desamortización y disminución del diezmo aún no se aplicarían. Estos cambios desataron un agitación política nunca vista y alteraron las fuerzas políticas de la Nueva España: por un lado, perturbaron a las clases altas (alto clero, grandes propietarios, comerciantes ricos, altos jefes militares) al amenazar sus intereses, privilegios y propiedades; por otro, ofrecieron a los criollos autonomistas una nueva ocasión para lograr la autonomía legal, si bien tendrían que actuar con rapidez para lograr retener el control político; en tanto que la insurgencia quizá hubiera despertado ante esta nueva oportunidad, pero estaba ya totalmente derrotada (la incapacidad de proponer reformas estructurales para resolver los distintos agravios regionales contra las masas agrarias impidió la integración unificadora y debilitó ideológicamente a la insurgencia; además, la pasividad predominante de la mayoría de los campesinos e indígenas, y la firme oposición en bloque de las élites coloniales, garantizó el aislamiento y el fracaso de la insurrección).

En el transcurso de 1820, la oligarquía colonial, auspiciada por los peninsulares, organizó y desarrolló una vigorosa e interesada conspiración elitista a favor de la independencia a través de reuniones secretas en la Ciudad de México (la Conjura de la Profesa). El plan consistía en impedir la aplicación de la Constitución de Cádiz declarando la Independencia de la Nueva España y estableciendo una monarquía moderada que conservara toda la estructura colonial intacta. Los conjurados se percataron de la necesidad de contar con el apoyo de los insurgentes y solicitaron el apoyo de Agustín de Iturbide, oficial del ejército colonial, para contactar y pactar con el núcleo rebelde de Vicente Guerrero (el único que aún operaba en el sur). Tras algunas escaramuzas menores, Iturbide y Guerrero se entrevistaron en Acatempan a fines de 1820 y discutieron las bases del pacto. Una vez madurado y aceptado por los dos jefes militares, en febrero de 1821 se publicó el Plan de Iguala anunciando la fusión de los núcleos insurgentes y las tropas coloniales del sur en el llamado Ejército de las Tres Garantías, comandado por Iturbide, con la finalidad inmediata de consumar la Independencia. Siete meses después, el gobierno colonial de la Nueva España se desmoronó.

El Plan establecía una monarquía constitucional moderada, invitando a Fernando VII o a algún príncipe español a asumir el trono o, en su defecto, a la persona designada por las Cortes nacionales; convocaba a elecciones para erigir un Congreso Nacional (las Cortes); garantizaba el predominio de la religión católica; conservaba los fueros eclesiásticos y militares; salvaguardaba los puestos de los burócratas y funcionarios públicos; suprimía las distinciones étnicas y declaraba la igualdad jurídica universal. En tanto se organizaba el gobierno independiente, se establecía una Regencia, un Cuerpo Ejecutivo plural y una Junta Soberana con igual representación de criollos liberales y conservadores. De esta manera, se trataba de unificar todos los criterios: a los insurgentes se les daba la independencia, a la oligarquía colonial se le garantizaban sus privilegios, a los autonomistas se les planteaba un modelo semejante al de la Constitución de Cádiz y a los indios y castas se les otorgaba una vaga igualdad jurídica. Sin embargo, la problemática del campesinado no fue tocada (para no afectar los intereses de los ricos hacendados) y sus agravios habrían de permanecer hasta nuestros días. El Plan no planteaba, evidentemente, cambios esenciales; suprimía la Constitución liberal de Cádiz, conservando en los hechos la estructura política, económica y social novohispana.

El Plan de Iguala satisfacía las aspiraciones de todas las corrientes políticas novohispanas y fue aceptado por casi todos los grupos en pugna, extendiéndose la insurrección por casi todo el país hacia mayo de 1821. Para junio de 1821, casi todo el ejército colonial se había sumado al Ejército de las Tres Garantías. Ante este panorama, las tropas españolas recién llegadas realizaron un golpe de Estado en julio de 1821, deponiendo al Virrey Apodaca y nombrando al general Francisco Novella como Jefe Político para sofocar la nueva insurgencia criolla por la fuerza, pero se encontró con que las únicas tropas leales eran las españolas y que solo ejercían autoridad en unos cuantos centros urbanos. En agosto de 1821, Iturbide se entrevistó con el nuevo Virrey (Jefe Político Superior, de acuerdo a las reformas liberales), Juan O’Donojú, a su llegada a Veracruz y pactaron los Tratados de Córdoba, en el cual O’Donojú reconocía la soberanía e independencia del llamado Imperio Mexicano, estableciéndose de inmediato una Junta Provisional Gubernativa para nombrar una Regencia. Este Tratado consumó definitivamente la contrarrevolución elitista y, para hacer más completa la contrarrevolución, a diferencia del resto de las colonias hispanoamericanas, México adoptó una forma de gobierno monárquico al independizarse. El 27 de septiembre de 1821, el Ejército de las Tres Garantías, encabezado por Iturbide, entró en la Ciudad de México.

El consenso suscitado por el Plan de Iguala sería efímero, pues había sido diseñado por los peninsulares, arrastrando a los criollos y a los insurgentes; estos grupos tenían que separarse una vez logrado el objetivo, pues sus intereses eran divergentes. Como puede advertirse, el proceso de la Independencia comprende dos etapas: la inicial, caracterizada por una revuelta popular que pretendía no solo la independencia, sino un cambio social, político, económico y cultural del país; y la final, caracterizada por un levantamiento militar ejecutado, precisamente, para lograr la Independencia y no modificar el régimen colonial. De esta contradicción se formarían dos bandos que pugnarían durante los siguientes 50 años por el predominio político en el país: los liberales y los conservadores.

3. CRISIS ESPAÑOLA Y REFORMAS BORBÓNICAS

Durante el siglo XVII (1601-1700), se presentó una crisis multidimensional en Europa como parte del proceso de transición del modo de producción feudal al modo de producción capitalista, concretamente al detonar el proceso de acumulación originaria de capital. Se trató de una crisis en las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales. En este contexto, inició una notoria decadencia del Imperio Español, de la cual, pese a todos los esfuerzos, nunca logró recuperarse, en tanto que sus competidores (Inglaterra, Francia y Holanda) iniciaron un importante desarrollo.

CRISIS ECONÓMICA
La economía seguía siendo esencialmente agrícola, pero no se desarrollaron grandes avances tecnológicos, haciendo estas actividades cada vez menos productivas. Los metales preciosos, que habían comenzado a llegar a raíz de las conquistas españolas, empezaron a dejar de fluir, pues disminuyó la producción de las minas, con el agravante del incremento de las necesidades de moneda para las transacciones comerciales para pagar compras en el continente asiático. Este decremento provocó un decaimiento del desarrollo capitalista, pues desalentó las inversiones privadas e inestabilizó el sistema de precios, estancándose la economía.

CRISIS POLÍTICA
La integración de Estados absolutistas implicó una serie de problemas económicos, políticos y religiosos. En general, los monarcas trataron de imponerse al resto de las instituciones y grupos sociales, incluyendo a la Iglesia. Los resultados fueron diversos: desde el sometimiento de los opositores (como Francia), hasta el estallido de revoluciones que establecieron los primeros sistemas republicanos (como Inglaterra). En España, el resultado fue el desarrollo de movimientos separatistas que desembocaron en la separación de Portugal y de Holanda. A esto debe agregarse el estallido de guerras entre las potencias europeas, las más representativas fueron la Guerra de los Treinta Años (que hundió la hegemonía de los Habsburgo de Austria y España, frente a sus rivales europeos) y la Guerra de la Sucesión Española (que desplazó a los Habsburgo del gobierno de España e instaló a los Borbones en su lugar).

CRISIS SOCIAL
Se desarrollaron una serie de contradicciones derivadas del proceso de la acumulación originaria de capital: contradicciones entre la nobleza y la burguesía, contradicciones entre arrendatarios y campesinos, contradicciones entre artesanos y dueños de obrajes (primeras fábricas), contradicciones entre comerciantes y manufactureros, etc. Además, el desarrollo de la Reforma y la Contrarreforma generó serios problemas religiosos. La crisis implicó un auge en el bandolerismo, en el desempleo y en el hambre, así como cierto grado de descomposición social.

CRISIS CULTURAL
El desarrollo de la Reforma Protestante, la Contrarreforma Católica y el incipiente Liberalismo Ilustrado burgués, casi de manera simultánea, generó grandes contradicciones ideológicas, intelectuales, artísticas y culturales que no se resolverían del todo hasta la segunda mitad del siglo XIX. Por otra parte, la filiación católica indiscutible de España canceló todo desarrollo intelectual e ideológico bajo el estricto control de la Inquisición, pero al mismo tiempo permitió el desarrollo de corrientes artísticas y culturales innovadoras como el Barroco.

IMPACTO EN LA NUEVA ESPAÑA
En el caso específico de la Nueva España, las contradicciones sociales, políticas, económicas, raciales y culturales, fueron fraguando un choque inevitable entre peninsulares y criollos. Este choque fue creciendo gradualmente hasta adquirir proporciones considerables. Durante el siglo XVII, los criollos fueron forjando una actitud que más tarde se convertiría en una justificación amplia y detallada: el nacionalismo. Este nacionalismo criollo, sin dejar de ser clasista, se solidificó en tres aspectos: la glorificación del pasado indígena (identificando a idealizadas culturas mesoamericanas con civilizaciones clásicas mediterráneas), la negación del derecho de conquista (como una consecuencia del anterior, siendo el Imperio Azteca supuestamente equiparable al Imperio Romano, España perdía toda justificación para mantener el dominio sobre la Nueva España) y el culto a la Virgen de Guadalupe (implicando que la Nueva España no era inferior, ni salvaje, ni degenerada). Con el tiempo, estos tres aspectos desembocarían en dos inevitables conclusiones: la Independencia como una necesidad histórica y el traspaso del gobierno del país a manos de los criollos.

REFORMAS BORBÓNICAS
Tras la muerte de Carlos II en 1699 y luego de una guerra para determinar el control del gobierno español (guerra en la que intervinieron Francia, Baviera, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Prusia y Portugal), terminó el dominio de la dinastía de los Habsburgo sobre el trono de España. Arribó así al poder la dinastía de los Borbones, con Felipe V, en 1713. Esta dinastía era portadora de ideas renovadoras tomadas de la Ilustración Liberal burguesa. Enfrentada a los efectos de la crisis de España, la dinastía de los Borbones emprendió, durante el siglo XVIII (1701 a 1800), una serie de reformas de varias clases encaminadas a apuntalar y centralizar su poder, a reajustar la maquinaria colonial.

A partir del reinado de Felipe V (1713-1746) se iniciaron una serie de reformas en el gobierno de España que produjeron cambios significativos en la Nueva España. Estas reformas fueron consolidadas e incrementadas por Carlos III (1759-1788).

a) Reformas de Felipe V. Las reformas más importantes que llevó a cabo Felipe V en España fueron:
§ En 1718 creó las Intendencias, con lo que centralizó el poder.
§ Creó un Ministerio de Marina e Indias que restó mucho poder al Consejo de Indias (grupo de asesores del Rey en materia de administración colonial).
§ Muchas de las funciones de las Casas de Contratación de Sevilla y de Cádiz (instituciones que controlaban el comercio exterior de las colonias americanas de manera monopólica) pasaron a depender de los Intendentes.

b) Reformas de Carlos III. Carlos III fue el principal promotor de los cambios. Los objetivos de su política se pueden resumir así:
§ Ampliación del comercio, liberándolo de la antigua reglamentación que lo mantenía sujeto a un estrecho giro.
§ Incremento de la producción, del consumo y de la navegación.
§ Centralización de las rentas, régimen de protección a las industrias nacionales y reparto equitativo de las cargas fiscales.
§ Mejor aprovechamiento de los dominios americanos mediante el desarrollo de su riqueza y de su población.

Por su contenido, podemos dividir en tres grandes grupos a las reformas borbónicas:

1. Reformas Económicas. Estas reformas buscaban un cambio económico en las colonias con respecto a la metrópoli: incrementar la aportación económica de las colonias a la metrópoli y hacer a las propias colonias más dependientes de España.
Factores:
Exigencias pecuniarias de la Corona Española.
Aumento de los gastos con relación a los ingresos.
Escasez de efectos comerciales y alza constante de los precios.
Prohibiciones económicas y crecimiento del contrabando.
Sucesos:
Aumento del Impuesto de Alcabalas (Aduanas).
Establecimiento del Estanco (Monopolio) del Tabaco (1764).
La Real Hacienda toma a su cargo la recaudación de los impuestos, acabando las concesiones a particulares para tal función (1776).
Libertad a las provincias americanas para ejercer un restringido comercio recíproco, acabando con el poder de los Consulados de Comerciantes (1789).
Franquicia a todos los puertos de España para comerciar con América, acabando con el monopolio de Sevilla y de Cádiz (1789).
Libertad a los españoles de América para navegar, desde los puertos americanos, a los de España (1789).
Expedición de la Real Cédula sobre la Consolidación de Vales Reales, acabando con el poder económico y social de la Iglesia (1804).

2. Reformas Políticas. Las reformas políticas eran la condición necesaria para realizar las reformas económicas. Buscaban transformar el viejo orden patrimonialista implantado por los Habsburgo y edificar un orden más ágil y centralizado para implantar un sistema de despotismo ilustrado.
Factores:
Centralización del gobierno y reducción de la autoridad de los Virreyes y Ayuntamientos.
Política regalista (a favor del Estado) en materia eclesiástica.
Crecimiento del grupo criollo y euromestizo, y agudización de su conflicto con los peninsulares.
Integración de una clase militar con fueros y privilegios.
Sucesos:
Expedición de leyes antieclesiásticas.
Las relaciones cordiales entre la Iglesia y el Estado se resquebrajan.
Creación de un ejército colonial permanente (1763).
Conflictos de los militares con los Ayuntamientos.
Expulsión de los jesuitas de España y sus dominios (1767).
Expedición de la Real Ordenanza de Intendencias para limitar el poder del Virrey y de la Audiencia (1786).
Los territorios se dividen en Intendencias gobernadas por Gobernadores Generales (sujetos a la autoridad directa del Rey), encargados de resolver asuntos de justicia, guerra, hacienda, fomento económico y obras públicas (1786).

3. Reformas Ideológicas e Intelectuales. Procuraban modernizar el pensamiento y la cultura en general, promover las ciencias y las artes, aunque sin chocar directamente con la ideología religiosa.
Factores:
Tránsito entre la catolicidad medieval y la liberalidad moderna a partir de finales del siglo XVII. Decadencia de la Escolástica.
Reducción del control eclesiástico sobre la educación, la intelectualidad, la cultura y las artes.
Influjo de la de la Ilustración europea en el siglo XVIII.
Acción de la política del Despotismo Ilustrado de Felipe V y de Carlos III.
Desarrollo rápido de una clase media intelectual, formada principalmente por eclesiásticos.
Introducción de obras de ciencia y de filosofía modernas. Progreso del racionalismo y del arte neoclásico.
Aparición del movimiento de Ilustración Mexicana.
Progreso de un afán de renovación cultural y de emancipación intelectual como antecedentes de la independencia política.
Sucesos:
Establecimiento de instituciones educativas emancipadas de la tutela clerical (educación civil).
A finales del siglo XVIII, algunos individuos mestizos, castizos y mulatos logran penetrar en las vedadas instituciones educativas.
Fundación del Real Colegio de Artes y Oficios de las Vizcaínas (1767).
Fundación de la Real Escuela de Cirugía, independiente de la Real y Pontificia Universidad de México (1768).
Creación de la Real Academia de las Nobles y Bellas Artes de San Carlos (1781).
Fundación del Real Colegio de Minería (1792).
Fundación del Real Seminario de Minería (1798).
Publicación de diversas obras filosóficas y científicas modernas.
Aparición de periódicos y publicaciones científicas.
Establecimiento del Museo Botánico.
Establecimiento de la “Escuela Patriótica” criolla (1806).

ASPECTOS SOCIALES.
Factores:
Desarrollo rápido del peonaje y aumento de la explotación de la masa indígena y campesina.
Debilitamiento del sistema de castas por el continuo mestizaje interracial.
Desarrollo de un vigoroso espíritu de lucha entre indios y mestizos.
Sucesos:
Múltiples rebeliones populares (indígenas, negras, mestizas y criollas), en distintos rumbos del país, entre 1706 y 1810.
Crecimiento de la población en más de 1 millón de habitantes (de 1742 a 1793).
Incremento natural de la población indígena a partir de 1742.

CONSECUENCIAS DE LA REFORMAS BORBÓNICAS EN LA NUEVA ESPAÑA
1. Disminución del poder y la influencia de la burocracia virreinal.
2. Cancelación del acceso de los criollos a puestos públicos (especialmente a la Real Audiencia).
3. Afirmación del poder de los monarcas sobre las corporaciones eclesiales y los grupos privados hasta entonces privilegiados (regalismo).
4. Disminución del poder social y económico de la Iglesia.
5. Disminución significativa del poder de los grupos de monopolistas y acaparadores comerciales, tanto dentro de España como en sus dominios coloniales.
6. Formación de una nueva clase de comerciantes, mejor capacitados y más emprendedores, que desplazó a los antiguos comerciantes.
7. Formación de una élite intelectual (no económica) que se convirtió en el sector más dinámico de la población.
8. Formación de un cuasi proletariado de tipo industrial.
9. Reorganización geopolítica del Virreinato a partir de 1786. Se divide en 12 Intendencias (México, Guadalajara, Puebla, Nueva Veracruz, Oaxaca, Guanajuato, San Luis Potosí, Valladolid, Zacatecas, Durango, Arizpe y Mérida), 3 Gubernaturas (Tlaxcala, Alta California y Baja California) y 2 Provincias Internas [Oriente (Nuevo León, Nueva Santander, Coahuila y Tejas) y Occidente (Nueva Vizcaya, Sonora, Sinaloa y Nuevo México)].
10. Desplazamiento del polo de crecimiento económico y de concentración de riqueza hacia el Norte y el Bajío, disminuyendo la importancia del Centro.
11. La Nueva España se va transformando en una nación con perfiles más y más definidos e intereses propios.
12. Se produce un proceso de maduración rápida del país entre 1750 y 1810.
13. Las corrientes políticas e ideológicas extranjeras ejercen su acción, pero adaptadas al ambiente y las condiciones del país.
14. El objetivo español de extraer más beneficios de su colonia y hacerla más dependiente de la metrópoli se logró plenamente.
15. Todo el proceso solo benefició a una minoría. Solo había dos grupos: los que lo tenían todo [20,000 españoles (gobernantes y comerciantes) y 10,000 criollos (hacendados y mineros)] y los que no tenían nada (5 millones de indígenas, negros, castizos y mestizos, y 1 millón de europeos y asiáticos).
16. Crecimiento del descontento y la inconformidad entre las distintas castas y los distintos grupos: los criollos al ser excluidos del poder, los comerciantes al ser quebrado su monopolio, los manufactureros y artesanos por la desigual competencia frente a la metrópoli, las castas inferiores por la sobreexplotación y el despojo al que eran sometidas, la burocracia y el clero por la disminución de su poder y de sus privilegios, y popular en general por el incremento en los impuestos y la imposición de un ejército colonial permanente.

2. LA CONQUISTA Y LA COLONIA

Este par de procesos comprenden 2 periodos:

Periodo de iniciativa particular (1519-1560). Al iniciar la expansión económica, territorial y cultural europea a mediados del siglo XV, a partir de las exploraciones marítimas portuguesas y españolas, la Corona hispana no contaba con los recursos financieros necesarios para sostener y conducir las expediciones de exploración y conquista, por lo cual recurrió a los particulares. Los intereses de los inversionistas particulares predominan a través de las “Capitulaciones”, contratos que otorgaban privilegios a particulares a cambio del reconocimiento del dominio español mediante el llamado “Quinto Real”.

PERIODO DE CONTROL MONÁRQUICO ESPAÑOL (1560-1760). Se caracteriza por la tendencia opuesta: se presenta un gradual aumento de la función real en la toma de decisiones y un mayor control de la Corona sobre la administración de los territorios conquistados. Este creciente control marcaría el inicio de una serie de conflictos que desembocarían en las reformas borbónicas del siglo XVIII.

LA CONQUISTA
Comprende 4 procesos:

CONQUISTA MILITAR (1519-1526). Tras establecer enclaves comerciales costeros en África, India y Sureste Asiático, así como colonias en archipiélagos e islas del Atlántico (Cabo Verde, Azores, Canarias, Antillas caribeñas), España y Portugal inician la exploración y conquista de los territorios del occidente (América). Todo el proceso de conquista militar implicó, por supuesto, actos de guerra, en los cuales la superioridad técnica española se impuso siempre, aunque no sin dificultades; pero también implicó un complejo sistema de presiones y manipulaciones, una intensa actividad política llena de negociaciones, discusiones y ajustes a menudo violentos, que condujeron al sometimiento sin lucha armada de muchos señoríos del occidente, centro y sur de México. Sin embargo, las condiciones precarias de la conquista y la colonización, forzaron a los conquistadores militares a mantener vigentes algunas estructuras socioeconómicas y políticas mesoamericanas bajo una apariencia de vasallaje al Rey de España y obediencia al Virrey de la Nueva España. Podemos reconocer 6 fases:

Fase antillana (1515-1519). A partir de la gubernatura de Cuba, ejercida por Diego Velázquez, se organizan expediciones de exploración al occidente; predominan los intereses y proyectos comerciales de Velázquez. En 1515 tocan Panamá. En 1517 y 1518, tocan la península de Yucatán y Tabasco. En 1519, la expedición de Hernán Cortés, con claras intenciones de conquista, desembarca en Tabasco, viaja al norte y funda la Villa Rica de la Vera Cruz, a la cual organiza un Cabildo o Ayuntamiento (gobierno autónomo local). Con esto, Cortés asume autoridad plena, desconoce a Velázquez, reconoce como único superior al Rey de España y justifica su incursión tierra adentro.

“Ruta de Cortés” (16 ago-8 nov 1519). Cortés avanza hacia el centro de México. Durante su trayecto, Cortés observa y aprovecha el descontento de las tribus y étnias mesoamericanas sometidas al despotismo tributario culhua-mexica, concertando una serie de alianzas y pactos contra Tenochtitlan. Ocurren algunos episodios militares, pero predominan las maniobras políticas de Cortés para lograr sus metas.

Estancia en Tenochtitlan (8 nov 1519-30 jun 1520). Cortés llega a Tenochtitlan y es recibido cordialmente por Moctecuhzoma Xocoyotzin. A los pocos días, Moctecuhzoma es apresado y los españoles inician la ocupación militar de facto de la ciudad durante 7 meses. Cortés obtiene información y recursos económicos (botín de guerra); además, establece alianzas con otras etnias, tribus y señoríos de Mesoamérica. El proceso es interrumpido por la llegada a Tabasco de Pánfilo Narváez, enviado por Velázquez para destituir y aprehender a Cortés. Éste sale de Tenochtitlan a combatir a Narváez y delega en Pedro Alvarado. Durante la ausencia de Cortés, Alvarado ordena la Matanza del Templo Mayor, lo cual desencadena el levantamiento de la población culhua-mexica contra los españoles y sus aliados. A la llegada de Cortés, el levantamiento masivo culmina con la deposición y muerte de Moctecuhzoma, la expulsión de los españoles y sus aliados de Tenochtitlan, la pérdida del botín y la muerte de buena parte de los expedicionarios.

Tregua armada (30 jun 1520-30 may 1521). Los españoles se refugian en Tlaxcala, se alían militarmente con los siete señoríos más importantes contrarios al dominio culhua-mexica y construyen varios bergantines para navegar en los lagos del Valle del Anáhuac. La Triple Alianza se fractura al realizarse el pacto entre Texcoco y Cortés. Simultáneamente, una epidemia de viruela (traída por los esclavos negros de los españoles) devasta demográficamente a Tenochtitlan y debilita sus defensas.


Sitio y caída de Tenochtitlan (30 may-13 ago 1521). Los españoles y sus aliados indígenas (los siete señoríos) atacan por tierra a Tenochtitlan, mientras los bergantines atacan desde el lago. Los pueblos que rodean a la capital mexica son tomados gradualmente hasta dejar aislada y sin suministros a la ciudad. La población culhua-mexica resiste tenazmente, pero está debilitada por la reciente epidemia de viruela, por el hambre y por la sed. Luego de 75 días de sitio, Tenochtitlan cae en poder de Cortés. Éste constituye los Cabildos o Ayuntamientos de México y de Coyoacán, a fin de “legalizar” sus actos.

Conquista del resto de Mesoamérica (1521-1526). Tras la derrota culhua-mexica, se disolvió la temporal coalición etnotribal antitributaria, para tratar de continuar cada tribu o etnia su vida social por su cuenta. Aisladas y dispersas, las tribus y etnias fueron presa fácil de los españoles. Los planes de Cortés eran ambiciosos, básicamente consistían en establecer enclaves estratégicos en el Golfo para mantener la comunicación con las Antillas y con España, hacer algo similar en las costas del Pacífico para establecer puertos desde donde partir hacia China e India, y extender el control y dominio del área central de México para afianzar la victoria sobre Tenochtitlan. En esta perspectiva, los españoles lanzaron expediciones de exploración y conquista hacia Tamaulipas y Veracruz (de Pánuco a Coatzacoalcos); hacia Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero y Oaxaca (de Barra de Navidad a Salina Cruz); hacia el norte (Nayarit, Zacatecas, Durango, Sonora y la península de Baja California); hacia la península de Yucatán y hacia el sur (el Soconusco, Guatemala, Honduras y El Salvador). La caída de Tenochtitlan generó un enorme impacto en toda Mesoamérica, casi todos los pueblos mesoamericanos pactaron su sometimiento a los españoles. El resultado directo de todo esto fue que, para 1530, se había establecido una relación formal de dominio entre los españoles y cerca de 500 señoríos mesoamericanos.

CONQUISTA IDEOLÓGICA (1524-1573). El término se refiere al proceso de cristianización e hispanización de las tribus y étnias mesoamericanas durante el siglo XVI; en última instancia, se trató de la occidentalización de las comunidades indígenas americanas como una forma de justificar la expansión imperial europea, especialmente la ibérica. Desde el inicio de las expediciones y campañas de conquista, se presentó en Europa un acalorado debate acerca de la justificación de tales actos. Existían cuatro posturas: si los americanos eran infieles, entonces ocupaban ilegítimamente sus territorios (pero no podían ser infieles, puesto que no conocían el Evangelio); si eran “gentiles”, entonces eran dueños legítimos de sus tierras y los europeos no tenían derecho a despojarlos (esta fue la salida ibérica, tanto española como portuguesa, aunque solo se aplicó en el papel, en los hechos jamás operó); si eran bárbaros salvajes, entonces eran siervos por naturaleza y su dominio no solo era justo, sino necesario (esta fue la salida anglosajona); si eran civilizados, entonces eran iguales a los europeos y la conquista no tenía justificación alguna. A medida que se “legalizó” la nueva condición colonial, el debate se fue acallando. La conquista ideológica fue, en varios sentidos, más radical y violenta que la conquista militar. Los misioneros se esforzaron por destruir todo vestigio de la concepción mesoamericana del mundo y de la vida, iniciaron un proceso de transculturación; sin embargo, justo es decir que no lograron su objetivo del todo, las comunidades indígenas simplemente cambiaron a sus antiguos dioses por santos cristianos, a sus antiguas diosas por vírgenes católicas, pero mantuvieron muchos de sus mitos y ritos tradicionales mimetizados bajo una apariencia cristiana. Podemos reconocer 2 fases en la conquista ideológica:

Fase misionera (1524-1555). Los primeros misioneros, frailes de las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos y agustinos), llegan a México y realizan libre e independientemente su labor. Ensayan diversos métodos de evangelización, crean instituciones novedosas para acercarse a las comunidades indígenas. La labor se centra en educar a jóvenes indígenas de la nobleza para enviarlos después a occidentalizar sus comunidades. Los primeros misioneros no tienen problema en ordenar sacerdotes indígenas ni en permitir la realización de rituales en las lenguas autóctonas.

Fase eclesial (1555-1573). Se redefinen radicalmente las prácticas de los primeros misioneros. A partir de la reunión del Primer Concilio Mexicano, se limitan gradualmente las libertades de acción y de creación de instituciones. Desaparece la ordenación de sacerdotes indígenas, se prohíbe el empleo de las lenguas indígenas en el culto y se fomenta la hispanización sistemática de los indígenas. El proceso culmina con el establecimiento definitivo del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en 1571 y la fundación de la Real y Pontificia Universidad de México en 1573. La Universidad garantiza que la educación superior sea solo para europeos o hijos de europeos, y la Inquisición garantiza que el protestantismo y el liberalismo burgués no entren en América. Dos factores explican este cambio: España se encontraba al frente del proceso de Contrarreforma defendiendo la ortodoxia católica frente al protestantismo del norte de Europa; por otra parte, al definirse las estructuras de dominación colonial, la cristianización e hispanización de los indígenas se convierten en política de Estado, con el objetivo claro de mantener la dependencia colonial. Mientras se inicia el proceso de centralización de la toma de decisiones políticas y administrativas del gobierno colonial en manos de la Corona española, se va reduciendo también la libertad de acción de las órdenes religiosas sometiéndolas al control de los obispos.

CONQUISTA ECONÓMICA (1521-1610). Terminada la conquista militar, y simultáneamente con la conquista ideológica, se desarrolló el proceso de dominación económica colonial. Regalías, Tributo y Encomienda-Repartimiento fueron la base de sustentación de la economía colonial inicial. Encomiendas y Repartimientos, como formas de explotación laboral y acaparamiento de tierras, desaparecieron en el siglo XVII, desplazadas por unidades y bases productivas bajo control de la Corona española, cuya injerencia se fue haciendo creciente. Se pueden reconocer 3 fases en este proceso:

Fase de las Mercedes Reales (1521-1524). En su calidad de particulares empresarios, los conquistadores recibían como “pago” una determinada Capitulación (extensiones de territorio concedidas por contrato a los inversionistas de la empresa de conquista, a cambio de reconocer la soberanía española y del pago a la Corona de la quinta parte de las ganancias producidas) y/o Merced Real o Regalía (tierras o solares urbanos entregados en propiedad a los conquistadores militares). Tales Mercedes eran proporcionales al aporte inicial hecho (en armas o en caballos) para participar en la empresa (si el aporte había sido en caballos, se concedía una Merced de Caballería; si el aporte había sido en armas, se concedía una Merced de Peonía). En un principio, los indígenas fueron simplemente sometidos al trabajo esclavo, pero este sistema tendió a desaparecer hacia mediados del siglo XVI, conforme la Corona española fue incrementando su control sobre la toma de decisiones en la Nueva España. Poco a poco, la esclavitud indígena fue sustituida por nuevas formas de explotación.

Fase de la Encomienda (1524-1560). Paralelamente a la esclavitud, se fue desarrollando otra forma de trabajo no libre cuando los conquistadores y sus descendientes lograron obtener Mercedes de Encomienda, es decir, comunidades indígenas que debían servir y tributar al conquistador español encomendero, mientras que este estaba obligado a cuidar que los indígenas recibieran cristianización y buen trato. La Encomienda se originó en la necesidad de colonizar la Nueva España y en la carencia de créditos y capitales para organizar empresas productivas con jornaleros, por tanto, se empleó la mano de obra indígena de forma gratuita, por lo tanto era, de hecho, una forma de esclavitud disfrazada. En cierta forma, el desarrollo histórico de la Encomienda es la historia del enfrentamiento entre la Corona española y los conquistadores privados por el control económico y político de los territorios coloniales. La monarquía española fue desplazando gradualmente a las Encomiendas durante la segunda mitad del siglo XVI, prohibiendo el servicio personal de los encomendados y limitándola a la percepción de tributos que pagaban las comunidades indígenas al encomendero en lugar de hacer el pago directamente a la Corona, después de las estimaciones o valoraciones que hacían las autoridades regionales (Corregidores o Alcaldes Mayores) con la aprobación del Virrey. La razón profunda de este cambio se encuentra no en la defensa del bienestar indígena, sino en el parecido que había entre la Encomienda y el Señorío feudal: el Rey no deseaba el desarrollo de una casta de Señores feudales en la Nueva España. Únicamente en la península de Yucatán lograron mantenerse las Encomiendas.

Fase del Repartimiento (1560-1610). El Repartimiento o Cuatequil surgió en el último tercio del siglo XVI, y consistía en emplear temporalmente grupos de trabajo de indígenas, suponía una retribución salarial justa para el trabajo indígena y que el porcentaje de indígenas “repartidos” no alteraría la vida productiva de las comunidades, todo bajo el control de oficiales reales (Corregidores, Alcaldes Mayores y Jueces Repartidores) y de Caciques o funcionarios de la propia organización política de las comunidades indígenas. El servicio indígena se organizaba de acuerdo a las necesidades de los empresarios españoles (agricultores, ganaderos y mineros) de diversas regiones, esto posibilitó que los abusos y arbitrariedades (trabajos agotadores por tres o cuatro semanas a cambio de un salario miserable) de este sistema fueran constantes gracias a los sobornos y las prebendas a los Jueces Repartidores y a los Caciques indígenas, de tal manera que para finales del siglo XVI casi las tres cuartas partes del monto total del tributo real recaudado se quedaba en manos de los funcionarios coloniales y eso era inaceptable para la Corona española. Solo persistieron los Repartimientos en las regiones mineras del norte.

CONQUISTA POLÍTICA (1521-1535). Al finalizar la conquista militar, sobrevino el problema de la autoridad gobernante en las tierras conquistadas. La Nueva España nació independiente del poder de los monarcas. Por eso la dominación española tuvo en sus orígenes un carácter anárquico y desordenado. El carácter de empresa privada de la conquista de México explica la resistencia de los conquistadores a acatar la autoridad real. Esta cuestión generó una serie de contradicciones entre los conquistadores, y entre éstos y la Corona española, que no cesaron hasta la creación del Virreinato. Las contradicciones internas entre los conquistadores se manifestaron en luchas por el poder entre los jefes militares y en luchas políticas entre estos jefes y los misioneros (inicia el conflicto entre poder clerical y civil). Las contradicciones externas con la Corona española ocurrieron por el deseo real de centralizar el poder y someter a los jefes militares conquistadores a su autoridad, mientras que éstos pretendían gozar de una creciente autonomía y de privilegios ilimitados. Gradualmente, la Corona española logró socavar la autonomía y los privilegios de los conquistadores, imponiendo una administración y una autoridad centralizada, proceso que culminó con las Reformas Borbónicas en el siglo XVIII. Sin embargo, el conflicto entre la autoridad clerical y civil se mantuvo invariable. Se pueden reconocer 3 fases:

Fase de la Capitanía General (1521-1528). Tras la caída de Tenochtitlan, Cortés recibe de la Corona española el cargo de Capitán General y Justicia Mayor de la Nueva España en 1522. Seis meses después, el Rey de España desconoce a Cortés y nombra a Cristóbal Tapia como Gobernador de la Nueva España. Ante la ineptitud de Tapia, el Rey vuelve a nombrar a Cortés como Gobernador y Capitán General de la Nueva España. Poco después, en 1524, Cortés vuelve a ser depuesto y la Corona española envía a Luis Ponce de León y a Marcos de Aguilar como Jueces de Residencia. Estos personajes son asesinados y Alonso de Estrada asume la Gubernatura y Capitanía General. En 1526, la Corona Española nombra como Jueces de Residencia a Alonso Zuazo y a Rodrigo de Albornoz, quienes son depuestos al poco tiempo por Pedro A. Chirinos y Gonzalo Salazar, nombrados por Cortés. Cuatro meses después, un acuerdo entre el Rey de España y Cortés permite el nombramiento de Rodrigo de Paz como Gobernador y Capitán General, pero éste es depuesto y asesinado al amotinarse Chirinos y Salazar para asumir el poder nuevamente.

Fase de las Audiencias (1528-1535). En vista de la anarquía imperante en la Nueva España, el Rey de España resuelve, en 1528, nombrar una Audiencia integrada por Nuño Beltrán de Guzmán, Juan Ortiz Matienzo, Alonso de Parada, Diego Delgadillo y Francisco Maldonado. Muy pronto son acusados de abuso de poder y de corrupción en forma escandalosa, por lo cual son depuestos. Mientras tanto, en 1529, Cortés recibió el Marquesado del Valle de Oaxaca, un Señorío feudal, verdadero Estado autónomo dentro de la Nueva España, que gobernaba: Tacubaya, Coyoacan, Cuernavaca, Toluca, Tlaxcala, Charo (Michoacán), Cuatro Villas (Oaxaca), Tuxtla (Veracruz) y Tehuantepec. Con el tiempo, la Corona limitó el Marquesado a la percepción de tributos y al ejercicio del poder judicial. En 1530 el Rey integra una segunda Audiencia con Sebastián Ramírez de Fuenleal, Alonso Maldonado, Francisco Ceinos, Juan Salmerón y Vasco de Quiroga. La administración pública de esta Audiencia es notable.

Fase del Virreinato (1535-1812). En 1535 la Corona española establece el Virreinato de la Nueva España y envía al primer Virrey: Antonio de Mendoza. Tres razones explican el establecimiento del Virreinato:
La organización indígena previa, centralizada y establecida sobre un gran territorio.
La gran concentración demográfica, económica y política que facilitó el dominio de grandes masa humanas.
La existencia de verdaderos Estados indígenas de cultura avanzada.
Esta forma de gobierno estuvo jerarquizada de la siguiente manera:
Centralización peninsular: Rey, Secretarios de Despacho y Consejo de Indias.
Centralización colonial: Virrey y Audiencia.
Centralización Provincial y Distrital: Gobernadores, Regidores, Corregidores y Alcaldes Mayores.
Centralización Local: Cabildos y Oficiales de Cabildo.
Hacia 1538, el Virrey organiza la división política y administrativa de la Nueva España:
3 Reinos (México, Nueva Galicia y Nuevo León), 2 Gubernaturas (Nueva Vizcaya y Nuevo Santander) y 10 Provincias (Nueva Filipinas, Nueva Extremadura, Nueva Navarra, Sonora, San José de Nayarit, Santa Fe de Nuevo México, Vieja California, Nueva California, Interna Occidental e Interna Oriental).

LA COLONIA NOVOHISPANA
La etapa colonial duró 300 años, en los que hubo una evolución con sus propias contradicciones y en la cual influyeron los cambios socioeconómicos y geopolíticos que se daban en Europa. Aunque en ocasiones las autoridades españolas intentaron aislar al sistema colonial, sobre todo de las ideas avanzadas que se daban en el resto del mundo, no lo lograron; así como tampoco lograron mantener las rígidas estructuras de dominación.

Periodo Formativo.
(De 1530 a 1650). Caracterizado por el saqueo desenfrenado y violento, la masacre y la disminución acelerada de la población indígena. Durante la segunda mitad del siglo XVI se había realizado, básicamente, la conquista y la evangelización de los pueblos sedentarios de Mesoamérica. Solo persistía la lucha por someter a los grupos indígenas del Norte (Aridoamérica) y de la península de Yucatán. Su sometimiento fue difícil, costoso y prolongado. La terrible disminución de la población indígena por efecto de la guerra y de las epidemias agudizó la carencia de mano de obra esclava y servil. Más de la mitad de la población indígena murió de viruela, sarampión y tifo, a lo que se sumó la mortandad debida a la esclavitud y al traslado forzado que provocó suicidios y baja natalidad. Para paliar esta situación, los españoles importaron esclavos negros de África para proveer mano de obra. Otro rasgo fue la implantación de las Encomiendas y los Repartimientos, que en realidad servían para disfrazar la esclavitud indígena. En el centro y occidente de México, tanto la organización socioeconómica como la organización ideológico-religiosa quedaron polarizadas entre dos mundos: la República de Españoles y la República de Indios. Muchos gobernantes indígenas fueron reconocidos como Caciques o Tecutlis y se les otorgaron tierras bajo propiedad privada, facilitando su “hispanización”. En un principio, se creó una verdadera pirámide de rangos señoriales: sobre los indígenas, se encontraban los funcionarios indígenas, Tecutlis o Caciques; sobre éstos, se encontraban los Encomenderos; y sobre éstos, se encontraba el Gobernador. Se inició el laboreo de las minas, que pronto se volvieron una actividad económica esencial, descuidándose la agricultura. Algunos misioneros denunciaron los malos tratos hacia los indios, pero fueron acallados por la ambición y la codicia del oro y la plata. El creciente mestizaje fue otra característica de esta etapa. Una buena proporción de las riquezas saqueadas de América en estos años, forma parte de la acumulación originaria de capital en Europa.

PERIODO DE INTEGRACIÓN.
(De 1650 a 1750). Durante esta etapa se dio la consolidación del dominio colonial. No tardo mucho la Corona Española en ir minando poco a poco el sistema de privilegios de los conquistadores, a fin de establecer y afirmar su dominio centralizado en la Nueva España: negándose a sostener las Encomiendas y los Repartimientos, reduciendo los privilegios de los conquistadores a la percepción de tributo y a la administración de justicia, estableciendo más tarde una jerarquía de funcionarios coloniales superiores, medios e inferiores, dependientes del mismo Rey (Jueces de Residencia, Oidores, Virreyes, Gobernadores, Regidores, Corregidores, Alcaldes Mayores, Intendentes), interviniendo mediante Regidores en la República de Españoles y de Corregidores en la República de Indios, etc. Paulatinamente, una burocracia corrupta y saqueadora, dependiente de la Corona Española, se entronizó como clase dominante y detentadora del poder: los burócratas peninsulares que integraron una “nobleza” cortesana virreinal, los altos mandos militares y los ricos dignatarios de la Iglesia. No se desarrollaron nuevas fuerzas productivas, simplemente se realizó el saqueo de los recursos naturales, oro y plata en esencia, utilizando métodos rudimentarios, con trabajo esclavo indígena o negro. Aunque la agricultura se desarrolló debido a las Mercedes Reales y a los esfuerzos de la Corona para arraigar a los conquistadores, incrementándose brutalmente los despojos a las comunidades indígenas (hacendados y pueblos inician una histórica lucha por la posesión de la tierra, que aún no termina), los métodos primitivos de cultivo y el empleo de monocultivos mercantiles frenó el pleno desarrollo del potencial agrícola, utilizando al hombre como bestia y esclavo. Unas cuantas manufacturas (obrajes y talleres), para cubrir las ingentes necesidades de la población, y artesanías limitadas, completaron un cuadro de miseria y atraso social. Fue en este periodo cuando tomó cuerpo realmente el monopolio comercial español sobre la América hispana y, como reacción contra éste, aparecieron el contrabando y la piratería practicados por las potencias europeas rivales de España (Inglaterra, Portugal, Francia y Holanda).
Sobre este esquema se edificó una jerarquización social directamente relacionada con la diversidad étnica y económica. Las nuevas clases sociales estaban determinadas, en primer lugar, por la posición que ocupaban en la producción, es decir, si eran dueñas o no de los medios de producción; y en segundo lugar por su origen racial. Varios autores clasifican las clases sociales coloniales de la siguiente manera: en la cúspide se encontraban los europeos, divididos en dos grupos: los peninsulares (españoles nacidos en España) y los criollos (españoles nacidos en la Nueva España). Luego estaban los mestizos (descendientes de españoles e indígenas), que también se dividían en dos grupos: los que descendían de pipiltin (compartían el mismo estatus que los criollos) y los que descendían de macehualtin, (rechazados tanto por las comunidades indígenas como por los europeos). Después se encontraban los indígenas y los castizos (descendientes de mezclas entre españoles, indígenas y negros); y, al fondo de la escala social, se encontraban los esclavos negros traídos de África. La peculiar estructura social colonial no permitía el ascenso de las castas raciales como clase e impedía su mejoramiento individual, limitando su acción a oficios, puestos subalternos ínfimos y servicios domésticos, restringiendo la participación social en las escasas empresas comerciales e industriales (obrajes), dejando como única base económica al latifundio (cobró importancia la hacienda latifundista, con el peonaje como forma de trabajo), sin embargo, los excesivos gravámenes y un sistema agrícola precario no permitieron que la hacienda se convirtiera en pequeña y mediana propiedad útil y productiva, concentrándose grandes extensiones de tierras fértiles en forma de bienes “de manos muertas” acaparados por la Iglesia prestamista, la cual se estableció en forma definitiva como institución plena de poder y riquezas, relegando a segundo término a los misioneros. El único recurso posible de subsistencia era el sacerdocio, el convento, los empleos parasitarios en la administración pública y religiosa, y, por último, la tropa baja y media del incipiente ejército colonial.

Organización Social y Política. Lo que hoy se considera organización social y política se denominaba en el siglo XVII Orden de República. Podemos reconocer dos formas de organización sociopolítica durante este periodo:
República de Indios.
Se procuró que las comunidades indígenas quedaran aparte de las comunidades de españoles. Se establecieron Cabildos indígenas, siguiendo el modelo de gobierno municipal español, sustentados en el colectivismo económico y el patronato religioso, cuyo patrimonio principal eran sus tierras. En las regiones densamente pobladas por indígenas, se respetó la autoridad de los señores tradicionales, procurando que fueran los Caciques y Tecutlis quienes ejercieran como Gobernadores, Alcaldes, Regidores, Alguaciles, etc. El fin era, básicamente, mantener el orden existente, pero occidentalizado. Las autoridades indígenas fueron comúnmente corrompidas por funcionarios españoles, eclesiásticos y encomenderos. El empobrecimiento demográfico y la invasión de las tierras comunales, socavaron estas organizaciones, pero lograron mantenerse durante toda la Colonia gracias al reconocimiento jurídico de los indígenas incluido en la legislación colonial.
República de Españoles.
Las poblaciones de españoles, asentadas en ciudades y villas, eran poblaciones con prestigio y título reconocido. Sus integrantes no tenían, como los indígenas, obligación de tributar. Se consideraban miembros de estas poblaciones a quienes no fueran indígenas, mestizos, castizos o negros, aunque los mestizos descendientes de la nobleza indígena y los mestizos con una débil proporción de sangre indígena se consideraban “españoles”. Los cargos públicos y el ejercicio profesional estaban reservados para estas poblaciones. Los mayorazgos hacendarios también eran exclusividad de estas poblaciones.

Organización Agraria. Si bien el principal interés de la monarquía hispana en sus recién adquiridas colonias americanas se centraba en la explotación de metales preciosos (oro y plata), pronto fue evidente que la Nueva España (nueva denominación para Mesoamérica) no era particularmente rica en ellos y que su explotación estaba sometida a un par de limitaciones: carencia de azogue (mercurio) para el refinamiento, así como vetas y filones profundos de difícil explotación. Por ello, desde el siglo XVI la Corona española se interesó en el desarrollo agrícola de la Nueva España. La legislación de ese momento se orientó a fomentar la inmigración de labradores españoles y dotarlos de las tierras más apropiadas para la agricultura. Pero la forma en que los españoles fueron ocupando las tierras no se ajustó a regulaciones ni controles efectivos, eran apropiaciones de facto, regularmente de zonas que eran cultivadas y aprovechadas por las comunidades indígenas. Consecuentemente, esto significó el acaparamiento de las mejores tierras y de las aguas en manos de los españoles; de esta manera, el despojo de tierras a los indígenas se hizo cada vez más frecuentes y fue una de las causas más corrientes de la formación de latifundios. Las tierras públicas indígenas dejaron de existir, mientras que las tierras patrimoniales y comunitarias se conservaron. La mayoría de las tierras cambiaron hacia categorías nuevas. Exceptuando la propiedad eclesiástica, se pueden distinguir tres tipos de propiedad agraria en la Nueva España:

Tierras privadas en manos de españoles. Adquiridas por Mercedes Reales, por simple ocupación de tierras “baldías”, por uniones matrimoniales, mayorazgos, despojo de propiedades indígenas, etc.

Tierras privadas en manos de indígenas. Concedidas a nobles indígenas (estancias) y a funcionarios indígenas o caciques, trabajadas por labradores indígenas bajo el esquema de arrendatarios a perpetuidad (terrazgueros).

Tierras comunales indígenas. Conservadas desde la época precortesiana bajo la organización de altepetlallis, calpullis y tlamillis.

La propiedad comunal indígena fue asimilada a la propiedad colectiva de los pueblos españoles. Una parte se destinaba casas, huertas y solares de la comunidad (fundo legal); otra se reservaba para la producción agrícola y ganadera (ejido), y otra más se asignaba para extraer recursos naturales: monte, zacates, leña, frutales y plantas silvestres (baldíos).

Al iniciar el siglo XVII, la monarquía española obligó a los ocupantes de las tierras a “componer” su propiedad ante las autoridades coloniales, y con ello se transformaron en legítimos dueños de las tierras, aunque rara vez lo eran de manera justa. Esta regularización del régimen de propiedad respondía a la necesidad de la Corona de allegarse fondos para financiar sus guerras europeas, encontrando en la venta de los títulos de propiedad de las tierras una fuente segura de recursos. Los poseedores de tierras trataron de legalizar propiedades de la mayor extensión posible, nacieron así las Haciendas. En estas Haciendas se desarrolló el trabajo por jornal o peonaje de los indígenas, los castizos y los mestizos (la misma situación se dio en minas, talleres y obrajes).

A mediados del siglo XVII, los hacendados ya habían adquirido tal autoridad que de hecho eran señores feudales, incluso disponían de pequeños ejércitos a su servicio para defender sus posesiones e imponer orden dentro de su “jurisdicción” (estos ejércitos privados actuaban también en auxilio de las autoridades virreinales). Poco a poco se formó una clase de terratenientes feudales cuyas familias se fortalecían al unir a sus herederos. El acaparamiento de tierras (mayorazgo) tenía una importancia económica enorme, porque el funcionamiento hacendario requería el control de tierras dedicadas a varios cultivos, montes productores de carbón y leña, tierras de pastoreo y tierras de magueyales, los ingresos de la hacienda no podían depender de un solo cultivo o de una sola ganadería; al mismo tiempo, el acaparamiento terrateniente limitaba el número de agricultores independientes que compitieran con la hacienda, favoreciendo la monopolización productiva agrícola e incrementando la población de las ciudades (potenciales consumidores de sus productos). Pero era aún mayor el significado social del hacendado, símbolo de prestigio aristocrático y de poder político.

En las haciendas, los indígenas fueron “acasillados”, esto es, fueron retenidos a través del endeudamiento al que se les orillaba por medio de un sistema de salarios bajos (en ocasiones pagados en especie) que mantenían a los peones en la subsistencia y facilitaba constantes “préstamos” del hacendado para cubrir cualquier necesidad especial. Los hacendados sabían que estos préstamos nunca podrían cubrirse y se aseguraba así de mantener sujetos a sus peones mientras durara el adeudo. Hacia el siglo XVII, las haciendas se consolidaron como las principales unidades de producción, aunque enfrentaban múltiples limitaciones como el escaso consumo de cereales, irrigación irregular e inadecuada, así como condiciones climáticas inestables. El desarrollo de las variantes hacendarias regionales aún caracteriza a la sociedad y la cultura mexicana. Por otra parte, la formación de grandes latifundios influyó en cierto atraso agrícola, pues convirtió a la propiedad rural en instrumento de dominación y no en fuente de producción de satisfactores para la sociedad.

Durante el siglo XVI, se desarrolló el latifundio en manos de la Iglesia. Junto al latifundismo laico hacendario, existía también la concesión de grandes terrenos a la Iglesia para la edificación de capillas, parroquias, templos, catedrales, monasterios, conventos, colegios y edificios eclesiales, a pesar de los decretos reales que prohibían a las órdenes religiosas la tenencia de tierras. Los mecanismos por los que esta acumulación pudo darse fueron las donaciones y herencias de los fieles, las hipotecas (la Iglesia era la institución financiera y crediticia por definición) y las compras de tierras a particulares para establecer haciendas, casas, molinos, ingenios y estancias.

La concentración de grandes propiedades territoriales en manos de la Iglesia, perjudicaba a la agricultura porque estos extensos terrenos, curiosamente las mejores tierras, permanecían improductivos, solo eran usadas como fuente de rentas e intereses para su rescate hipotecario, pues sus propietarios habían solicitado préstamos al clero, entregando en garantía sus tierras. Todos los autores consultados establecen que el siglo XVII novohispano fue un periodo de reacomodo y consolidación de las instituciones coloniales, enmarcado en el proceso de fortalecimiento del Estado Español; gradualmente, los mecanismos de control estatal se ampliaron y afinaron. El asunto de la tenencia y acumulación de tierras desató un proceso de enfrentamiento entre los dos grandes poderes coloniales: la Iglesia y el Estado; paralelamente al fortalecimiento del aparato burocrático, la Corona llevó a cabo el fortalecimiento del clero secular, como oponente al clero regular, a través del Real Patronato.

Organización Tributaria. Por otra parte, en un principio, durante el siglo XVI, los conquistadores militares españoles percibieron que los indígenas, a través de Tenochtitlan, poseían un elaborado sistema de tributación y, por este motivo, mantuvieron, con algunas modificaciones, ciertas estructuras sociales y de poder autóctonas, tales como el calpulli, el tributo y ciertas formas colectivas de tenencia de la tierra y de prestación de servicios personales. Con respecto al tributo, se ha documentado el interés de la Corona española por conocer los sistemas indígenas de explotación de clases, con el fin de establecer sobre ellos los sistemas europeos; de esta manera, durante los primeros años después de la Conquista, los españoles simplemente sustituyeron a los antiguos soberanos indígenas; aunque los españoles rechazaron u obviaron la división geográfica de recaudación de tributos culhua-mexica e impusieron la suya propia.

Las autoridades coloniales mantuvieron la propiedad comunal de tierras en manos de comunidades indígenas, aunque tal situación obedecía al interés de la Corona española por salvaguardar a estas comunidades como tributarias. En realidad, la intención era mantener la dependencia de los pueblos con respecto a un centro de poder, ahora en beneficio de los españoles.

En las Encomiendas, y de manera general después, había dos tipos de tributarios indígenas:

Los que antes pagaban al calpixque local, ahora pagaban a los particulares (vasallos de los encomenderos).

Los que antes pagaban al calpixque mexica, ahora pagaban a la Corona española (vasallos directos de la Corona).

Los encomenderos se desentendieron de la valoración del tributo y de su recolección, dejando todo eso en manos de los Caciques o Tlatoques indígenas. Esta situación permitió la persistencia de las autoridades indígenas locales durante los primeros tiempos de la Colonia, las cuales cobraban elevadísimos tributos en especie a la comunidad para cubrir sus propias necesidades y para pagar al encomendero. Existían dos formas básicas de tributación indígena:

Prestaciones materiales en especie, que más tarde, en el siglo XVI, se tradujeron en dinero.

Prestaciones o servicios personales, de naturaleza laboral. Hacia mediados del siglo XVI era posible cubrirlo también con dinero.

En los pueblos encomendados, los tributos eran recaudados por funcionarios indígenas, y en los pueblos bajo control de la Corona, por los Corregidores; ambos entregaban la recaudación a los Oficiales Reales.

Otra estructura de captación de tributos era la Iglesia, los indígenas entregaban tributos a la Iglesia (diezmos y primicias) y, además, prestaban al clero servicios personales en la construcción de iglesias, monasterios, conventos, etc., sin retribución alguna. Durante la segunda mitad del siglo XVI, los tributos impuestos por los españoles sobre las comunidades indígenas se elevaron a tal nivel, que inició un déficit tributario en gran escala en los pueblos; para paliar esta situación, se ordenó, por un lado, a los funcionarios indígenas utilizar la fuerza en la recaudación tributaria, y por otro, se instauró un sistema de obligaciones y servidumbre para transferir las deudas comunales a otra formas de pago: dinero, servicio laboral, materias primas, etc.

Hacia el siglo XVII, con la creciente intervención de la Corona española en la administración colonial, esta situación fue gradualmente cambiando y los funcionarios indígenas fueron eliminados de su posición de gobernantes; los tributos se transformaron en impuestos que se debían pagar a la autoridad colonial. Al principio, durante el siglo XVI, se permitió el pago en especie o laboral, individual o colectivo; pero, poco a poco, conforme iba generalizándose el trabajo remunerado durante el siglo XVII, se fue cambiando hacia un pago monetario personal, estableciéndose el impuesto uniforme per capita. El tributo representaba la soberanía del monarca español, expresada directamente en el vasallaje indígena a la Corona. Los funcionarios indígenas (Caciques y Gobernadores), los viejos, los enfermos, los discapacitados y ciertas poblaciones distinguidas (como los tlaxcaltecas), estaban exentos del pago tributario. La importancia del sistema tributario se manifestó en varias formas:
Fue determinante en el proceso de colonización agrícola.
Favoreció la difusión de nuevas especies vegetales y animales.
Proporcionó materias primas y mano de obra a las empresas económicas.
Fortaleció el vasallaje indígena.